Malas historias de espías
Cuando uno piensa en espías, suele imaginarse a tipos vestidos de impecable esmoquin, rodeados de unos cueros de mujeres, dotados de numerosos artilugios que les permiten ver de noche o volar, y que beben vodka-martinis (agitados, no revueltos) mientras salvan al mundo de dictadores, narcotraficantes, genios del mal y facinerosos de todo tipo. Después de todo, ésa es en buena parte la imagen que el cine ha creado del mundo del espionaje. Y con ésa se queda la mayoría de la gente: un ámbito fascinante, lleno de emociones y con asuntos muy importantes en juego.
Sin embargo, la realidad suele ser bastante diferente. Los espías que trabajan para los gobiernos de este pobre planeta suelen ser burócratas aburridos, sin mucha imaginación que digamos, empeñados en guarecer sus parcelas de poder, y no se parecen en nada a Bond, James Bond. Por lo general su principal preocupación es acumular suficientes años de servicio como para retirarse con una pensión decente, y pasar el resto de sus vidas viendo televisión con un six-pack al lado.
Ahora bien, no son únicamente los gobiernos quienes emplean el espionaje. De hecho, prácticamente no hay faceta de la vida en que no se necesite, en mayor o menor medida, saber qué está haciendo el enemigo o rival. Trátese de amores, la industria o el deporte, ahí donde haya competencia, podemos esperar encontrar esa no muy digna actividad.
Y ha sido en el ámbito deportivo donde nos hemos topado en días recientes con muy sonados actos de espionaje. Y en organizaciones que uno pensaría ajenas a tan bajas artimañas.
Por un lado, la escudería MacLaren de Fórmula Uno, que había dominado las pistas durante un buen rato, fue encontrada culpable de andar comprando secretos técnicos de su principal rival, la tradicional compañía del corcel rampante, la Ferrari. Los encargados de manejar la F-1, que (aquí entre nos) no son ningunos dechados de honestidad que digamos, castigaron a la MacLaren quitándole todos sus puntos en el campeonato de armadores. Con ello esa escudería no podrá aspirar a un nuevo trofeo de ganador en esa categoría.
Y en el futbol americano, se descubrió que un scout de los Patriotas de Nueva Inglaterra andaba filmando las señas de los coaches defensivos de sus rivales de división, los Jets de Nueva York… con quienes se enfrentan dos veces por temporada. La NFL, que nunca se anda con chiquitas, multó con 250 mil dólares al club, y con medio millón de billetes verdes al entrenador de los Patriotas, Bill Belichick. Quizá lo más vergonzoso de todo el asunto haya sido lo ocioso del acto: ¿quién necesita espiar a la defensa de los Jets para ganarles?
En todo caso, ambos sucesos nos recuerdan que el espionaje como actividad se halla en todos lados. Incluso en organizaciones aparentemente tan respetables como MacLaren y los Patriotas. Las que, luego de trayectorias exitosas, batallarán para quitarse esa mancha, manchita o manchota a su reputación.