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El comentario de hoy

Francisco Amparán

O. J. otra vez (y ya chole)

De alguna manera, intencionada o azarosa, los medios de comunicación suelen deformar la percepción que tenemos de esos que llamamos “famosos”. Mucha gente tiene la imagen de que los cantantes, atletas y actores que suelen llenar las páginas de los periódicos poseen características fuera de este mundo y viven una realidad muy diferente.

En parte ello explica la fascinación que mucha gente siente al ver cómo se derrumba un personaje famoso o ni siquiera eso se necesita: basta con que se desempeñen como personas comunes y corrientes en sus peores momentos… pero con los reflectores públicos sobre ellos. Es entonces cuando vemos que esa cantante millonaria es una pobre mujer solitaria camino al despeñadero o que ese magnífico pitcher es un analfabeto funcional, incapaz de hilar cinco palabras en castellano o que el actor admirado por millones de fanáticos no es otra cosa que un patán sin consideración ni agallas.

Por lo general, basta un muy mal paso para que los famosos o rectifiquen o se retiren. Ver una celebridad cayendo una y otra vez resultaba, hasta hace poco, una irregularidad. Pero las numerosas y variadas idioteces de “famosas” como Paris Hilton, Linsay Lohan y Britney Spears nos han venido acostumbrando al hecho de que la autodestrucción banal y frívola puede ser un proceso muy largo, heterogéneo y repetitivo.

Y ahora nos encontramos con otro “famoso” que sigue tentando a la suerte… la cual, según parece, se le ha acabado.

O. J. Simpson fue uno de los mejores corredores en la historia del futbol americano profesional. Cuando se retiró del deporte, le sacó provecho a su fama, apareciendo en anuncios de televisión y algunas películas no muy serias. Pero hoy en día todo el mundo lo recuerda como el reo que fuera juzgado y encontrado inocente por un jurado, por el asesinato de su mujer y el amante de ésta, en 1994. La verdad, la verdad, a muy pocos nos queda la duda de que O. J. fue el homicida. Pero ya sabemos qué ocurre con las veleidades de una docena de personas que oyen testimonios y sopesan evidencias: la balanza puede irse para un lado o para el otro.

Ahora, O. J. está de nuevo en el bote. Ha sido acusado de robar memorabilia deportiva a un traficante de ese tipo de mercancía, a punta de pistola, en un hotel de Las Vegas. Según el ex atleta, estaba recuperando cosas que eran suyas. Según el traficante, O. J. irrumpió violentamente y le quitó sus cosillas amenazándolo con un arma de fuego. La Policía le creyó al comerciante en recuerdos de viejas hazañas y chunches inútiles y O. J. lleva ya algunos días en chirona.

De ser cierta la versión que lo puso allí, podría decirse que O. J. no ha aprendido nada. Pero creo que, por otro lado, algo así era de preverse. Si sabe Dios que los famosos se sienten invulnerables sin cometer delitos graves impunemente… ahora habiéndose salido con la suya de un doble asesinato, uno puede imaginarse qué pasó por la mente de O. J. Simpson. Claro, suponiendo que tal mente exista.

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