Cuando se rebelan los monjes
Una de las dictaduras más longevas, patéticas y represivas que sobreviven en este mundo se encuentra en Myanmar, el país que antiguamente se conocía como Birmania.
Desde 1988 esa empobrecida nación de Asia Meridional se halla sometida a una brutal dictadura militar, que ha hecho todo lo posible porque el país se conserve sumido en el atraso. Cuando fuerzas democráticas lograron que se realizaran elecciones en 1990, los militares hicieron un fraude del tamaño del mundo, anulando los resultados. Y luego procedieron a reprimir a quienes osaron protestar. Miles fueron asesinados por andar de levantiscos.
Para acabarla de amolar, los militares desarrollan desde hace tiempo una guerra de baja intensidad en contra de algunas de las minorías étnicas del país, que tienen años y años en pie de lucha por las políticas represivas del régimen.
La líder visible de la resistencia a la dictadura es una mujer menudita pero de una enorme fortaleza, Aung San Suu Kyi, quien recibiera el Premio Nobel de la Paz en 1991 por su trabajo en pro de una solución pacífica a los problemas de su país. Suu Kyi ha pasado 12 de los últimos 18 años bajo arresto domiciliario, impidiéndole los militares tener contacto con sus seguidores. Pero ello no ha impedido que siga siendo el símbolo de las esperanzas de sus compatriotas, dentro y fuera de Myanmar.
Todo ello ha de tenerse en cuenta para calibrar la magnitud de las últimas noticias que nos llegan de ese país. Resulta que, a raíz del aumento al precio de la gasolina y por los efectos de una inflación atroz fomentada por el irresponsable Gobierno militar, miles de ciudadanos salieron a protestar a las calles de Myanmar. En muchos casos, quienes encabezaban las manifestaciones eran monjes budistas, escudados por ciudadanos comunes y corrientes que los acompañaron tomados de la mano, haciendo cadenas humanas. Algunas agencias noticiosas calculan que una de esas marchas en Yangón (antes Rangún), la capital, congregó a unas cien mil personas. Quizá no suenen a muchas. Pero una cantidad tan grande que desafía a un régimen que no se tienta el corazón para asesinar a sus opositores, no es nada desdeñable.
Además, una de esas marchas se las ingenió para llegar hasta la casa de Suu Kyi, quien se asomó para saludar… la primera vez que se le ve en años.
Cómo vayan a reaccionar los militares es una incógnita. Lo raro es que no hayan echado los tanques a la calle todavía. Claro que eso puede ocurrir en cualquier momento. Pero lo extendido de las protestas y las pocas opciones que tiene ese régimen caduco e inepto, parecen apuntar a un mejor futuro para los habitantes de Myanmar… que, la verdad, ya han aguantado más de la cuenta ese mal Gobierno. Ya veremos y comentaremos.