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Francisco Amparán

Nuevo examen para volverse gringo

Algunas personas ya adultas tienen recuerdos no muy agradables de los días que pasaron en las aulas… y eso que entonces la educación no estaba en las manos en que está ahorita. Bien sabemos que las impresiones de la infancia dejan huellas imborrables, pero hay quienes exageran la nota. Así, nos encontramos con hombres hechos y derechos que, a la sola mención de la palabra “examen”, se ponen colorados, les empiezan a sudar las manos y sufren una leve taquicardia. Y todo porque en una prueba de aritmética de segundo de primaria no supieron sumar dos tercios más tres quintos o algo así.

Entonces, imagínense los nervios y la presión si uno ha de presentar un examen del que dependen muchos derechos y atribuciones, por los que ha aspirado quizá buena parte de su vida.

No, no me refiero a los exámenes de residencia médica, cuya venta constituye un escándalo nacional y que, al no haber sido debidamente castigados los responsables de esa felonía, se convierte en uno de los más tristes casos de corrupción impune de los últimos tiempos. No, en este caso estoy hablando del examen que han de presentar aquellos que buscan nacionalizarse como ciudadanos de los Estados Unidos de América.

Y es que, como parte del tortuoso proceso que han de seguir quienes desean adquirir esa nacionalidad, han de presentar un examen de los que llamamos “de conocimientos”, aparte de una prueba de habilidad comunicacional en lengua inglesa. La cuestión que se debatió durante más de veinte años era qué conocimientos debía comprobarse que tuviera una persona para que se le considerara digan de portar pasaporte norteamericano.

Para variar, los contenidos del examen fueron campo de batalla de liberales y conservadores. La izquierda americana (o lo que por allá pasa por izquierda) decía que las preguntas estaban muy difíciles, y enfocadas al típico ámbito blanco, anglosajón y protestante… al que no pertenece la mayoría de los examinados. La derecha, en cambio, decía que estaba tan fácil que muchos inmigrantes legales lo pasarían sin saber un sorbete de lo que en realidad son los Estados Unidos.

Para acabar con la disputa, se rediseñó el examen. Éste ahora contendrá lo que se supone son cuestiones más pertinentes y menos sesgadas. Así, ya no se pregunta qué es la Casa Blanca, sino quién es la jefa de la fracción mayoritaria en la Cámara de Representantes. Ya no hay que saber que Alaska fue el quincuagésimo estado, pero sí dónde se halla la Estatua de la Libertad.

Por supuesto, sobró quién no estuvo de acuerdo con el nuevo examen. Y es que, francamente, ¿cómo prueba uno que ya es de veras americano, francés o peruano? ¿Qué preguntas le haría a alguien que quiere nacionalizarse mexicano? ¿Qué significa la víbora en el escudo nacional? ¿Cuántas series de penaltis hemos ganado en torneos oficiales de futbol? Pensándolo bien…no, ésa sí que está muy fácil.

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