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El comentario de hoy

Francisco Amparán

Una de las múltiples formas en que la vida nos recuerda que nos estamos volviendo viejos, es la contundente manera en que las estadísticas, encuestas y otras numeralias nos indican cuán equivocados estamos. Que lo que suponíamos era cien por ciento verdadero, resulta que no lo es tanto. Más aún, que la realidad es completamente diferente a lo que pensábamos.

Y algunos datos proporcionados hace poco por el INEGI nos pintan un panorama muy interesante con respecto a una institución que suponemos fundamental: el matrimonio civil… que es el que cuenta en este país, desde que don Melchor Ocampo nos enjarretó no sólo la ley que establece al dulce yugo como un contrato civil… sino también su conocida Epístola, que cada vez mueve a más gente a la carcajada abierta cuando algún audaz juez se pone a leerla… no sabemos si a manera de chacota, para aligerar tensiones y que los invitados no le entren a los canapés antes de tiempo.

El caso es que, según el INEGI, el número de los matrimonios celebrados en este país va en declive. En el año 2000 hubo 7.2 casorios por cada mil habitantes. El año pasado la cifra bajó a 5.6 bodas por cada mil mexicanos. Quizá no parezca mucho, pero es un descenso realmente notable.

Otros numeritos interesantes: un 26% de las mujeres que contraen matrimonio tiene menos de 20 años. Uno pensaría que, dadas las condiciones del mundo de hoy en día, la mujer mexicana tendería a casarse más tarde. Pero al menos una de cada cuatro ni siquiera ha alcanzado lo que en otros tiempos era la mayoría de edad y ya tiene que lidiar con marido y suegra. Uno se pregunta qué futuro le espera a una mujer que se compromete a ese berenjenal teniendo tan poca experiencia y madurez. Y no es por ser misógino: opino lo mismo del 11% de los muchachitos menores de veinte años que dan tan audaz paso.

En las ciudades grandes se dan, proporcionalmente, menos matrimonios: un 12% del total; mientras que en los pueblos y villas con poca población se da el 14%. Uno se pregunta si el corazón ranchero es más estable y dispuesto al compromiso.

El INEGI no aporta datos para explicar el porqué de estas tendencias. Uno podría suponer, por ejemplo, que hay más parejas arrejuntadas, viviendo en cochino amasiato (como decía la prensa de hace décadas), que prefieren eso a presentarse ante el registro civil y pasar por cualquier tipo de calvario burocrático. O quizá la vida se ha vuelto tan complicada, tan difícil, que cada vez menos gente quiere echarse ese alacranzote al cuello. O quizá ya nadie se cree la visión maravillosa del “hasta que la muerte nos separe”. No sé. Habría que hincarle el diente a estos números. Y quizá de ello sacaríamos una radiografía más exacta de lo que en realidad es México y su sociedad a principios del siglo XXI.

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