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El comentario de hoy

Francisco Amparán

Armas secretas para pelear en Irak

Si hay algo que les choca particularmente escuchar en el Pentágono y la Casa Blanca, es comparar lo que está ocurriendo en Irak con la experiencia de Estados Unidos en Vietnam hace treinta años. Y es que, por supuesto, lo ocurrido en Indochina dejó una huella muy duradera en la psique de la población norteamericana… y no muy positiva que digamos.

¿Qué tan certera es la comparación? Bueno, estamos hablando de un conflicto que no parece saberse cómo ganarlo militarmente; en el que la población civil que supuestamente se está ayudando se manifiesta decididamente hostil; en el que el enemigo es indistinguible o casi, de los civiles; y en el que luego de cuatro años sigue sin saberse qué capacidad sigue teniendo, cuántos son sus integrantes o ni siquiera quiénes son. Ah, y no hay ninguna estrategia para sacar pronto a los combatientes americanos de ese berenjenal.

Hasta ahí las comparaciones directas con Vietnam. Pero ¿en qué no se parecen Vietnam e Irak?

Primero que nada, en el número de víctimas norteamericanas. En Irak, durante estos últimos cuatro años, Estados Unidos ha tenido muchos menos muertos que en algunos meses en Vietnam. Además, en el país árabe se hallan desplegados unos 160 mil combatientes… menos de una tercera parte de los 550 mil que había en Indochina en 1968. Y los que ahí están son voluntarios, no embarcados por el odioso reclutamiento forzoso al que tantos se opusieron en los años sesenta.

Pero hay otra diferencia: la mayor parte de las bajas actuales no ocurre debido a ataques por sorpresa, de pegar y correr, o en emboscadas, como los solía hacer el Vietcong. No, dos de cada tres muertos americanos en Irak son causados por bombas puestas en los caminos, detonadas al paso de los vehículos de patrulla o convoyes de las Fuerzas Armadas ocupantes. Los explosivos camineros son responsables de la mayor parte de heridos y mutilados que tienen que ser reembarcados a casa desde Irak. Un nuevo tipo de guerra… al que los EUA no saben cómo enfrentarse. Y en su búsqueda de darle seguridad a sus soldados, han recurrido a expedientes francamente surrealistas.

Un reciente artículo del New York Times, por ejemplo, da cuenta de un experimento consistente en entrenar abejas a detectar explosivos. Sí, leyó usted bien: abejas. A esos bichos se les dejaba identificar el olor del Semtex o el C-4. Cuando lo hacían, se les daba miel. Al rato, los insectos se acostumbraron a desenrollar su trompa cada que olían un explosivo. Y esa reacción podía ser identificada por no sé qué mecanismo. ¡Lotería, un detector de malas sorpresas!

La cuestión es, por supuesto, cómo hacer que las mentadas abejas obedezcan las órdenes del comandante de la Compañía Easy, Regimiento 504, División 101 Aerotransportada (la de Band of Brothers y el Soldado Ryan). O cómo mandar a la abeja por delante del Hummer sin que se desbalague siguiendo a abejitas iraquíes, con velo, pero muy coquetuelas ellas. ¿Y qué me dicen de sus días libres? ¿Dejarían a las abejas parrandearse con licor de dátil?

Como se ve, un caso que nos remite a los inútiles experimentos de la CIA con delfines telépatas y esas tonterías… y a lo desesperados que están los gringos con el desarrollo de una guerra que nunca debieron haber iniciado.

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