El lastre del sindicalismo gangsteril
México tiene muchas instituciones, prácticas y estructuras que reformar. A lo largo del último cuarto del siglo XX y lo que llevamos de éste, resultó notorio que lo que había sido funcional durante décadas, había dejado de serlo. Y cuando algo empieza a fallar porque ya dio de sí, lo único factible es cambiarlo. Y lo más pronto posible, para que deje de hacer estropicios y no se convierta en fuente de catástrofes.
El problema es que en México las reformas toman años y años en ponerse en práctica. Si quieren un diagnóstico rápido y simple de por qué somos un fracaso como nación, es porque las reformas necesarias siempre las hacemos tarde y mal. Nunca cuando debemos, nunca como las deberíamos hacer. Y dejamos que la resistencia al cambio le gane la partida a la realidad objetiva. Y los resultados están a la vista: cincuenta millones de pobres, uno de cada diez mexicanos es analfabeto, nivel promedio de estudios de segundo de secundaria. ¡Dios mío, qué buen trabajo hemos hecho el último siglo! ¡Y el anterior!
Lo peor es que continuamos consintiendo nuestras inercias y dejándole la iniciativa a los reaccionarios, a los opuestos a las transformaciones que nuestro país necesita urgentemente. Dígalo si no la atención que se le da a las opiniones de prominentes líderes sindicales sobre la propuesta de reforma laboral que se está cocinando por parte del Gobierno calderonista.
El sindicalismo mexicano es fruto del arreglo institucional priista que le permitió al tricolor dominar la vida nacional durante siete décadas. Ese arreglo caducó hace buen rato, pero esa parte del sistema continúa dando coletazos. Los dinosaurios quieren seguir reinando en su Parque Jurásico, aunque el show haya sido cancelado. Siguen diciendo las mismas sandeces, dando las mismas excusas desgastadas. Hablan de autonomía sindical, como si no supiéramos que eso es una forma disfrazada de caciquismo perpetuo. Hablan de defensa de los trabajadores, cuando los únicos que han visto subir sus ingresos son los líderes multimillonarios y sus lacayos. Hablan de los logros del movimiento obrero, cuando son los dirigentes del mentado movimiento los que bloquean la creación de empleos, espantan la inversión, saquean los bolsillos de sus agremiados y se perpetúan en sus cargos. Ah, y cuando se mueren, heredan el feudo, como ocurrió con el inefable Napito y su papi.
El sindicalismo gangsteril y cavernario mexicano es una de las peores lacras, una de las herencias más dañinas del Siglo XX mexicano. Pero ya estamos en el XXI. Si este país quiere incorporarse a los tiempos que corren, para que el resto del mundo no le siga pasando por encima, hay que eliminar esos lastres, esos estorbos, que se cobijan con argumentos osificados, con retórica de hace sesenta años. Ésos son los enemigos del futuro; ésos son, como diría otro dinosaurio, los emisarios del pasado.