La reivindicación de Al Gore
Durante su desempeño como vicepresidente, Al Gore fue el blanco de muchas puyas. Fundamentalmente por parte de los comentaristas conservadores, que no cesaban de pintarlo como aburrido, sin carácter, ímpetu ni imaginación. Además, su apoyo a Clinton cuando al de Arkansas le llovió en su milpita, por sus pésimos gustos y excesiva libido, fue visto por algunos como exceso de lealtad. Después de todo, si Clinton era descharchado, el que ocuparía su lugar sería, precisamente, Al Gore.
Pero incluso la prensa y comentaristas liberales de repente acusaban a Gore de presentar un perfil demasiado bajo y no echarle las ganas suficientes. Cuando se dio por vencido y dejó pasar la elección del 2000, en la que Bush se hizo de la Casa Blanca pese a las irregularidades en Florida y a que Gore obtuvo un millón más de votos populares, algunos personajes de la izquierda juraron que ésa no se la perdonaban. Que haber dejado que se le robara así la elección no tenía nombre. La verdad es que, institucionalmente, era poco lo que Gore podía hacer una vez que la Suprema Corte dio su veredicto. Claro, podía haber instalado campamentos en la Avenida Pennsylvania de Washington D.C.; o llenado Times Square con una Convención Democrática Nacional que no representaba a nadie; o haber exigido durante semanas a grito pelón el recuento voto por voto a un colegio electoral que ya había hecho el recuento voto por voto. Pero Gore tiene clase. Es una persona digna. No se iba a rebajar a semejantes bufonadas.
Luego de perder (bueno, es un decir…) la elección del 2000, Gore se dedicó a una causa superior: advertir al mundo sobre los riesgos del calentamiento global. Se dejó crecer la barba, hizo a un lado los trajes y la expresión de palo, y halló su verdadera vocación: ser promotor del cuidado de nuestro planeta.
Por supuesto, la prensa derechista volvió a cebarse en él. De fanático ecologista no lo bajaban, y con frecuencia se insinuaba que Gore se había desquiciado, convirtiéndose en un soñador chiflado metido en una campaña quijotesca y equivocada.
Pero a fin de cuentas, fue Gore quien rió al último. No sólo es hoy reconocido mundialmente como paladín del medio ambiente; sino que es el único hombre que, en el mismo año, ha recibido dos de los premios mejor conocidos a nivel global; y en ámbitos totalmente distintos. ¿Quién más ha recibido un Oscar de la Academia y el Premio Nóbel de la Paz con meses de diferencia?
Por supuesto, esta última presea resultó una cachetada guajolotera a la derecha americana toda. Fue una manera de callarles la boca, por un lado. Pero por otro, el reconocimiento que el mundo hace de lo equivocados que estuvieron los ciudadanos americanos al escoger y, peor aún, reelegir como presidente a un hombre de notable mediocridad y limitadísimo en lo intelectual. La pregunta automática es: ¿no hubiera sido mejor tener como presidente a un Premio Nobel de la Paz… en lugar de un perfecto inepto?