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Francisco Amparán

La vieja, anciana, vetusta ONU

Hace 62 años, los delegados de medio centenar de países reunidos en San Francisco firmaron un documento que le daba origen a un organismo internacional sin antecedentes ni paralelo en la historia. Cuando las ruinas de la Segunda Guerra Mundial aún no terminaban de humear, se había decidido hacer algo para evitar que una hecatombe semejante se repitiera. Y para ello había que construir una institución intergubernamental capaz de crear y hacer cumplir ciertas normas aceptadas por todos los firmantes. Así fue como nació la Organización de las Naciones Unidas.

Ojo: el objetivo primordial de la ONU, cuando nació, era el evitar una Tercera Guerra Mundial. En ese sentido, cumplió su cometido. Que fuera capaz de evitar las guerras en todo el mundo, eso sí era sueño guajiro, quijotada o de plano alucine. Y eso lo entendieron los creadores de ese augusto organismo. Siempre hay que recordar que la ONU hace lo que puede, no lo que debe. Y ello, porque sus padres putativos fueron muy conscientes de las limitaciones que debería enfrentar (y tener) ese organismo.

Limitaciones que tienen que ver con múltiples factores: desde la imposibilidad de crear un ejército internacional permanente (que no quiere nadie), hasta la defensa de los intereses nacionales de cada país miembro por encima de lo humanitario, lo retórico o la melcocha. Dentro de esos márgenes, la ONU se ha desempeñado con diversos niveles de eficiencia en las últimas seis décadas. En algunos campos (la alimentación, la salud) consiguiendo auténticos logros. En otros (la construcción o reconstrucción de estados funcionales en Somalia y Cambodia) con menos fortuna.

La cuestión es que la ONU ya tiene 62 años y se le nota. Su capacidad de reacción a los avatares del Siglo XXI se ve cada vez más limitada. Su burocracia anquilosada sigue siendo una carga muy pesada, que afecta las decisiones y cómo se ponen en práctica. Desde hace una década hay planes y proyectos de reforma interna que nada más no han salido adelante. El pitorreo que del Consejo de Seguridad hicieron los Estados Unidos en 2003 tampoco ayudó mucho que digamos a realzar la imagen de la ONU.

Los clamores por alterar sustancialmente el acuerdo de 1945 suelen caer en el vacío. Los vencedores de la Segunda Guerra Mundial y primeras potencias nucleares no están dispuestos a soltar la bolsa que tiene casi todas las canicas. Pero resulta evidente que muchos mecanismos y procedimientos de mediados del siglo XX sencillamente ya no operan en el siglo XXI. Quien piense eso, está destinado al anacronismo. Pregúntenle al PRI.

En todo caso, para buena parte del mundo la ONU es, con todos sus defectos, lo mejor que hemos conseguido hasta la fecha en términos de regular las relaciones internacionales. Ya planteada así la cosa, no es logro menor.

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