El racismo hispano al descubierto
El video, captado por una cámara de seguridad en un vagón del Metro de Barcelona, le dio la vuelta al mundo: un gamberro hablando por teléfono celular empieza a hostigar a una mujer que, pasivamente, pretende no hacerle caso. Cuando el patán comienza a agredirla físicamente, la mujer sólo trata de enconcharse; otro hombre en el mismo vagón hace como que la Virgen le habla, fingiendo una indiferencia de Hombre Invisible. Finalmente el cobarde golpeador patea a la muchacha con una saña que evidencia una condición psicótica de película de Stephen King.
¿La razón del hostigamiento? La muchacha era una inmigrante ecuatoriana… y el color oscuro de su piel y evidente origen tercermundista ofendieron la sensibilidad del imbécil que dio rienda suelta a sus complejos.
Como era de esperarse, numerosos grupos hispanos y de inmigrantes pusieron el grito en el cielo, destacando que el racismo no forma parte de la esencia hispana, y que ese tipo de acontecimientos constituía excepciones. Y por tanto, en cuanto se presentaran, deberían ser castigados con todo rigor.
La verdad, yo no estoy muy seguro de que el racismo sea tan extraordinario y escaso en la Península Ibérica. Y quizá el video del Metro de la Ciudad Condal no hizo sino poner sobre el tapete una verdad subterránea que hasta ahora había permanecida medio escondida, sin que nadie hablara de ella, como la tía loca encerrada en el desván.
Hace unos 15 años, estando en Granada, en el sur de España, un servidor se encontró con un graffiti garabateado en una pared del mercado: “Moros al zoo”. O sea, manden a los musulmanes al zoológico, como si fueran animales. En esos momentos empezaba a incrementarse la emigración ilegal de magrebíes (nativos del Norte de África) hacia la Península Ibérica, en la que se quedaban a veces por largas temporadas para luego brincar los Pirineos; o en la que tomaban residencia permanente, aprovechando las laxas leyes hispanas al respecto. No fue la única pinta racista que leí en esa bella ciudad andaluza.
Más para acá en el tiempo, todo mundo sabía de los epítetos racistas comunes en diversas barras de pseudoaficionados en varios estadios españoles. Un sector de la porra del Atlético de Madrid fue tildada de plano de pronazi. Pero cuando de los gritos se pasó a los golpes contra negros y sudamericanos a la salida de los partidos, finalmente la Policía y el club tomaron algunas medidas.
Un insulto común en ciertas comunidades españolas es el de “sudaca”: el originario del sur, que no es únicamente Sudamérica… aunque pareciera que éste es ya el gentilicio para los nacidos sobre todo más allá de Panamá.
Así pues, el virus racista no es tan raro ni tan reciente en la Madre Patria. Ojalá que el incidente del Metro sirva para que se le dé su real importancia a ese problema.