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El comentario de hoy

Francisco Amparán

Estilos diferentes de gobernar

Mientras Vicente Fox se hunde cada vez más en las ciénagas del desprestigio, fundamentalmente dejando en claro su bajísimo nivel de IQ y lo fácilmente que es mangoneable por medio mundo, hemos de congratularnos de que el presidente en funciones ha entendido rápidamente lo importante que es la imagen y simbolismo de la banda tricolor que lleva en el pecho. Bueno, es un decir: ni modo que Calderón ande de aquí para allá con ella. El que sí no se la quita ni para ir al baño es el presidente Patito. Será para mantener la fantasía de que es gobernante de la ínsula barataria o algo por el estilo. Pobrecito.

Volviendo al tema: en unos cuantos meses, Felipe Calderón no sólo le ha devuelto el prestigio a la institución presidencial que tan feamente había sido castigada por Martita y el mandilón de su marido; sino que ha demostrado una sensibilidad hacia los problemas nacionales que, desde ya hace buen rato, echábamos en falta.

Y es que, por lo menos desde las épocas de Salinas de Gortari, está difícil encontrar un presidente que haya demostrado una preocupación notable por lo que le ocurre al pópolo. Si esa preocupación es sincera o no, sabrá Dios. Pero como decía ese viejo zorro, uno de los últimos grandes políticos que ha tenido este país, Jesús Reyes Heroles: en política, la forma es el fondo. Esto es, las apariencias cuentan tanto como la realidad.

Recordemos cómo Vicente Fox tendía a erigir una muralla entre las broncas nacionales y su bigotona persona. Cuando la toma del Cerro del Chiquihuite por parte de las huestes de Salinas Pliego, se le cuestionó por qué no intervenía para desfacer ese entuerto. Su respuesta resume lo que, para nuestra desgracia, fue el sexenio que presidió el guanajuatense de las botas: “¿Y yo por qué?”

Recordemos también cómo Fox no se dignó pararse a ver siquiera qué había pasado en Pasta de Conchos. Por supuesto, la presencia del presidente no hubiera cambiado gran cosa la situación. Pero mínimo como muestra de preocupación y solidaridad con los deudos, debería haber estado allí aunque fuera unas horas.

En cambio, el presidente Calderón ha sido lo suficientemente sensato como para darse cuenta que la gente está muy pendiente de ver si se preocupa, o hace como que se preocupa. De manera tal que no ha ocurrido desastre en este país durante los últimos diez meses en donde no haya hecho acto de presencia el presidente.

Sean los sobrevivientes del accidente en la plataforma petrolera Usumacinta o los damnificados de las lluvias torrenciales en el sureste, Calderón ha estado ahí. Y claro, como decíamos, eso no cambia sustancialmente la situación. Pero al menos se percibe un reclamo de la figura presidencial que se había perdido. Y deja en claro que es muy diferente de su antecesor. Bendito sea Dios.

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