Periodistas desairados
Al parecer, ya se volvió costumbre: un entrevistador hace una pregunta que lleva jiribilla, o resulta simplemente incómoda; y el político entrevistado se para de pestañas, responde que eso no es de la incumbencia de nadie, y se retira tumbando sillas, llamando idiota a medio mundo y quedando como un patán ordinario.
Tal escena la representaron: Vicente Fox, en una entrevista para una cadena hispana de Estados Unidos; y el presidente francés Nicolás Sarkozy, cuando era cuestionado por una reportera de una cadena televisiva norteamericana. Ambos sucesos, con días de diferencia. Por eso decíamos que ya parece estarse volviendo costumbre ese tipo de actitudes.
Ahora bien, cabe hacer notar que las preguntas que motivaron esas reacciones eran de índole muy diferente: a Fox se le cuestionó sobre los presuntos malos manejos de la parentela de su esposa, los niñitos Bibriesca, quienes están resultando como el nopal: cada vez se les encuentran más propiedades. Así pues, se trataba sin duda de una pregunta válida, de interés público, dado que implicaba delitos como tráfico de influencias y corrupción. Sin embargo, Fox lo tomó como una intromisión en la vida privada de su familia y se marchó con cajas destempladas, llamando estúpido a quien se le puso enfrente. Sí: Dumbo hablando de orejas; el comal le dijo a la olla.
Por otro lado, a Sarkozy se le interrogó sobre el estado de su vida matrimonial. Cabe hacer notar que la entrevista fue grabada días antes de que se anunciara el divorcio del presidente francés. De manera tal que, en términos temporales, la pregunta era válida. Lo que sí resulta por lo menos cuestionable es la pertinencia de la misma: la todavía esposa de Sarkozy no ocupaba ninguna posición pública, no estaba involucrada en ningún asunto del Gobierno ni había sido acusada de nada que tenga que ver con algo más allá de su mal gusto al escoger pareja. Así pues, lo que ocurriera entre el presidente y su mujer era muy su asunto. ¿Qué les importa a los demás si en la comodidad del hogar los residentes del Elíseo se tiran platos a la cabeza o se la pasan de tórtolos prodigándose arrumacos en el sofá? El enojo de Sarkozy, en ese sentido, es explicable. Quién sabe si justificado, pero explicable.
Que los personajes públicos no pueden tener vida privada es una falacia. Todo el mundo tiene derecho a la intimidad, sea cual sea el cargo o la ocupación que desempeñe. Ahora bien, si un personaje público abre las puertas de esa intimidad a la perrada, entonces sí no tiene de qué quejarse. Si ando presumiendo mi rancho en Guanajuato; o como Arturo Montiel lo hiciera, muestro públicamente cómo ando en la alberca con mi esposa francesa en topless, pues entonces no puedo protestar porque haya quien quiera meter las narizotas en mi vida. La tentación de la fama está canija; pero que luego no se quejen quienes caen en ella.