La fiesta grande de la mediocridad
Es una de nuestras peores lacras como nación: la exaltación de la mediocridad. Cualquiera diría que es una veta que recorre el espíritu mexicano, y en muy diferentes modalidades: hay que facilitarle las cosas a quienes no tienen ni talento ni voluntad ni capacidad. Es más, hay que darles más oportunidades que a aquellos que sí tienen todas esas cualidades. ¿Y para qué detenernos ahí? ¡Hay que convertir en vencedores a los fracasados! Así, nuestra vida pública se llena de mediocres que, en un ambiente de competencia real y en donde se premiara la virtud, sencillamente no tendrían cabida.
Ejemplos abundan, y en todas los ámbitos. ¿Qué me dicen del proceso según el cual un candidato al Senado accede a ese augusto (¡Ja!) cuerpo ¡por haber perdido! O sea que, con tal de ser el primero de la fórmula de su partido (siendo los partidos usuales semilleros de mediocres), a un candidato le basta con permanecer vivo para representar a su entidad. Bueno, es un decir.
¿Y qué me dicen de los diputados de representación proporcional? Ésos alcanzan la Cámara en base a qué tan mal les fue a sus partidos. Y ahí hallamos cada espécimen…
De la misma manera que nuestro sistema educativo ha permitido el surgimiento de innumerables Universidades Patito, que dan títulos profesionales como si fueran panfletos de semáforo, y consagran como licenciados o ingenieros a meros analfabetos funcionales. En la UNAM, para lograrlo basta con no morir, como lo prueba el Presidente Loquito. ¡La consagración de la mediocridad!
Pero quizá más importante para el culto público lagunero sea el peligro que, amenazando su pasión y esperanzas, constituye la eterna promoción de la mediocridad que es congénita en el futbol mexicano.
Y es que, ¿qué mejor ejemplo de cómo se protege y promueve a los mediocres que la famosa Liguilla, la fiesta grande de los incapaces?
El Santos Laguna fue el mejor equipo del minitorneo (otro invento en contra del esfuerzo a largo plazo) que acaba de terminar. Pero es probable que no sea campeón. ¿Por qué? Porque tendrá que medirse con equipos que sacaron la mitad de sus puntos. ¿Por qué? Porque hay que darle chanza a los chafas, con tal de engordar las utilidades de televisoras y clubes. No importa que los niños perciban que el mejoramiento continuo, la dedicación durante meses, el trabajo duro no sirven para nada, dado que quienes no rindieron ni hicieron gran cosa, tendrán a su tiempo una oportunidad inmerecida. Ésa es la lección que el futbol le da a la juventud: tus acciones no tienen consecuencias, porque el que hizo la mitad que tú, tendrá la misma oportunidad. El holgazán no será castigado, el esforzado tendrá que cargar con él.
Como conclusión: no podemos quejarnos de tener un país mediocre, si hacemos todo lo posible por promover y exaltar a los mediocres.
Y mañana martes 20 nos vemos a las 7:30 PM en el Museo Arocena para la presentación de “XX: historia ligera de un siglo pesado”. Entrada libre.