¿Por quién doblan las campanas de catedral?
¿Qué enseñanzas, conclusiones y experiencias podemos extraer del sonido y la furia que se han generado a partir de lo que podemos llamar El Sombrío Caso de las Campanas Silenciadas? Digo, porque algo hemos de sacar en claro de toda la tinta y saliva que han corrido desde el pasado domingo. Día señaladísimo en el que varias docenas de seguidores del presidente “patito” irrumpieron en la Catedral Metropolitana, para silenciar las campanas que impedían escuchar las originales y sabias palabras de la delirante senadora Rosario Ibarra.
La primera enseñanza que podemos extraer del asunto es que la burocracia más antigua del mundo, que es la Iglesia Católica, se sigue pintando sola para eso de generar mandamientos y reglas. Por correo electrónico nos han llegado varios ejemplares de los diversos reglamentos sobre el uso de las campanas de catedral, que abarcan todo lo visible y lo invisible: qué calzado deben usar los turistas que suban al campanario; qué tan anchos deben ser los tirantitos de las blusas de las turistas; qué características físicas, mentales, psicológicas y hasta futbolísticas tendrán los campaneros profesionales y voluntarios (porque hay de los dos); cuándo y durante cuánto tiempo deben repicar las campanas, en que tono y volumen… uff. Lo bueno fue que Moisés bajó las Tablas de la Ley antes de que se estableciera El Vaticano. Que si no, ahorita estaríamos tratando de obedecer (o desobedecer, cada quién su vida) los 3 mil 654 Mandamientos.
La segunda lección es que los radicales del perredismo continúan, impunemente, dándole un mal nombre a un partido que sigue sin entender lo mucho que lo dañan sus elementos más intransigentes. Aquí la cuestión es a ver hasta cuándo al PRD le cae el veinte de que, de continuar en ánimo de confrontación perpetua, contra todo y contra todos, y tolerando las tonterías de sus propios pitecántropos, sus preferencias electorales van a seguir achicándose más y más. Aunque cabe hacer notar que ya hubo al menos una reacción: la dirigencia del partido se deslindó de los actos de irreverencia y vandalismo del domingo. Eso sí, ni pensar siquiera en expulsar del partido a quienes lo desprestigian y meten en apuros cada quince días. Eso sería ir en contra de los designios del Mesías Tropical, al que inexplicablemente siguen haciéndole caravanas.
Y la tercera lección es que la jerarquía eclesiástica católica mexicana sigue sin entender el país y la época en que vive. Con que hubiera protestado por la agresión del domingo, se hubiera ganado las simpatías de una buena parte del pueblo católico, que sigue siendo mayoritario (especialmente en estos tiempos de liguilla). Pero cerrar catedral es, por un lado, un exceso inexplicable. Y por otro, hace recordar nuestra última guerra civil, la Cristiada… que inició precisamente por las inconsecuencias y errores de cálculo tanto del Gobierno callista como de la jerarquía católica. ¿Es que no aprendemos de la historia? ¿O simplemente no la conocemos?