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Francisco Amparán

La leyenda de los anuncios sin rostro

Y ahora, ¿con qué se van a llenar tantos y tantos espectaculares? ¿Con qué rostros anónimos (y muy probablemente feos) se adornarán avenidas, autopistas y carreteras vecinales de todo el estado? ¿Es que ahora, que su faz ya no nos acompañará cada cuatro cuadras, el Profe nos va a dejar de cuidar? El mero pensamiento de semejante desamparo pone a temblar al más bragado. Como antes de él habíamos estado tullidos, inútiles e indefensos, su ausencia icónica nos pone al borde del soponcio y el telele.

Peor aún, ahora no podremos ver juntas las sonrientes caras de gobernador y alcalde… que en los espectaculares era en el único lugar en donde podían estar a menos de cinco metros uno del otro sin empezar a tirarse escupitajos, verbales, metafóricos o de los otros.

Esta malhadada reforma nos va a privar, por ejemplo, de encontrarnos con agradables sorpresas, que nos hacían rememorar cariñosamente el terruño. Para que se den una idea: recuerdo conmovido un espectacular en medio del desierto, en el crucero de la carretera federal 57 y el camino vecinal a Abasolo, Coah. (población del municipio: 1,200 habitantes). Han de saber que se trata de un muy transitado punto neurálgico de nuestra entidad, situado a 300 kilómetros de nuestra pujante metrópoli. En un oportuno despliegue de propaganda, el alcalde de Torreón invitaba a los habitantes de esa próspera zona de Coahuila al festival de globos aerostáticos que tuvo lugar en octubre. ¡Hombre, qué buena puntada! El problema es que dudo mucho que en esos parajes sepan qué es un globero, ya no digamos un globo aerostático.

Quizá el prohibir la promoción de todo tipo de funcionarios, con su nombre y facha, y con dineros públicos, sea la mejor parte de una reforma electoral a la que se le están hallando más defectos que a nuera recién casada. La verdad, ya estábamos cansados de ver, leer y escuchar a todo tipo de políticos cacarear obras y servicios que alegaban haber hecho para sus gobernados… como si las hubieran hecho bien, como si las hubieran pagado ellos con su dinero, y como si no fuera ésa precisamente su obligación.

Por supuesto, el usar fondos públicos para que todo vivo, nonato o agonizante conozca a un gobernador o alcalde tiene dos explicaciones: por un lado, se supone que somos un pueblo de ignorantes y palurdos que, a la hora de votar, lo vamos a hacer por aquél cuya jeta hemos visto más tiempo. Al menos eso pensaba un tal Goebbels. Por otra parte, esa maniática repetición de la imagen propia, lo pone a uno a pensar en ciertas… ¿cómo las llamaremos?... disfunciones de salud mental. Como que las palabras egocentrismo, megalomanía, complejo de inferioridad, necesidad enfermiza de reconocimiento, autoestima devaluada, se vienen a la mente. Aunque quizá Goebbels no hubiera estado tan de acuerdo conmigo. Creo.

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