La nueva riqueza de Brasil
El escenario nos parece conocido, inquietantemente conocido: un país en perpetuas vías de desarrollo, con un inmenso potencial que nunca ha sabido aprovechar, anuncia que se han descubierto enormes reservas petroleras; las cuáles, en unos años, lo colocarán como gran exportador de hidrocarburos. Se echan las campanas al vuelo, se hacen grandilocuentes comparaciones, y se procede a sacarle provecho a ese tesoro caído del cielo… o bueno, surgido del subsuelo. ¿Resultado? Corrupción galopante, gastos faraónicos, irresponsabilidad fiscal, endeudamiento sin control, y finalmente una crisis de proporciones colosales.
Para los que no había nacido todavía, eso fue lo que le ocurrió a México. En la primavera de 1977 el entonces presidente José López Portillo nos anunció, en cadena nacional, que se había descubierto un enorme yacimiento de petróleo en la Sonda de Campeche (el campo de Cantarell, que se agotará en unos años), que tendríamos que “aprender a administrar la riqueza” y que México se encaminaba a convertirse en “una potencia mediana, tipo Francia”. Tales eran las cuentas alegres de entonces. Ya sabemos qué fue lo que ocurrió: ese sexenio terminó en desastre, y nuestros nietos todavía estarán pagando la deuda contraída con la peregrina noción de que los ingresos petroleros pagarían todo.
Pues bien: hace unos días, el Gobierno brasileño anunció que se había descubierto un gigantesco campo petrolero en Tupí, afuera de las costas sudorientales de Brasil. Los funcionarios no pudieron ocultar su felicidad, diciendo que las reservas brasileñas iban a crecer un 50%, lo que los colocaría “entre Nigeria y Venezuela”. Brasil se convertirá en un exportador neto de petróleo “como los árabes” en unos cinco o seis años.
No sé ustedes, pero al oír esos pronósticos, y al imaginarme a Brasil situado entre la corruptísima Nigeria, y la disfuncional Venezuela, yo me puse a temblar. Ya hemos visto esa película anteriormente, y sabemos todo lo que puede salir mal. Muy mal.
Por supuesto, también cabe la posibilidad de que Brasil sea un país sensato y responsable, y administre efectivamente su recién descubierta riqueza petrolera. Que la utilice para gasto educativo e inversiones en infraestructura, y no en el gasto corriente de una burocracia ineficiente y parasitaria, que es lo que México ha hecho durante tres décadas. Y que la corrupción no se chupará buena parte de ese tesoro. Eso esperamos, en serio. Si no les tenemos envidia de la mala por alinear a Kaká y Ronaldinho, menos les vamos a desear el mal por andar en las mismas que anduvimos nosotros hace treinta años.
Pero… Brasil es Brasil. Y como dice el viejo chiste carioca: “Brasil es el país del futuro… y siempre lo será”. ¿Dará el gigante sudamericano el estirón? ¿O, siguiendo el modelo latinoamericano, desperdiciará esa enorme riqueza? Hagan sus apuestas, señores.