Marzo: la caída de Libby
Seguimos dándole una repasada a algunas de las principales noticias de este año que termina. Hoy toca el turno al mes de marzo.
En esas fechas terminó el más importante juicio político en Estados Unidos, desde el escándalo de Watergate. Quizá de este lado poca gente lo notó, pero constituyó un clavo más en el ataúd de las aspiraciones que la camarilla de Bush tenía de seguir manipulando a su antojo las políticas de su país… y a la opinión pública.
Además, el veredicto constituye una reivindicación para el periodismo libre de allá y de todos lados.
Y es que el Lewis Libby, el ex secretario particular del vicepresidente norteamericano Dick Cheney, fue encontrado culpable de cuatro cargos de perjurio y obstrucción de la justicia. Las acusaciones están relacionadas con la forma en que Cheney castigó a quienes no estuvieron de acuerdo con los pretextos que se dieron para atacar a Irak. Como debe de ser en estas cosas, el chivo expiatorio fue su brazo derecho, a quien usó para no implicarse él directamente.
Todo el asunto gira en torno a la manera en que una agente encubierta de la CIA, Valerie Plame, fue “destapada” por un par de periodistas gracias a la información confidencial filtrada por Libby. ¿Para qué? Para castigar al esposo de Plame. ¿Y a qué se debía esta venganza de rebote? A que el susodicho había suscrito un informe donde aseguraba que uno de los argumentos de la Administración Bush para asegurar que Irak constituía un peligro (que Saddam estaba comprando uranio en África), era falso de toda falsedad.
Puede hoy parecer increíble que en aquellos días de 2003 la Administración de Bush defendiera a capa y espada sus flagrantes mentiras. Pero eso fue lo que hicieron. Y para desacreditar a quienes los desmentían, recurrían a maniobras nada limpias ni decentes… como fue destapar la cobertura de la señora Plame.
En el juicio, Libby apeló a una defensa muy simplona: su mala memoria. Simplemente no se acordaba de haber comentado nada, ni con quién había hablado en diversas ocasiones. Por supuesto, eso no suena muy convincente. Pero quizá lo que terminó hundiéndolo fue que su abogado defensor se negó a llamar a declarar al estrado al único que podía haber dado la cara por él: precisamente el vicepresidente Cheney.
La caída de Libby fue una señal más en el camino de decadencia de la actual Administración federal norteamericana. No le creó mayores complicaciones. Pero representó otro signo del fin que se avecina, lenta, pero indefectiblemente.