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El costo de la fe

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EL UNIVERSAL

Seguir los rituales de Semana Santa puede convertirse en un calvario, sobre todo si uno gana salario mínimo.

Digamos que ganas 50 pesos con 57 centavos al día. Eres católico y hoy es Domingo de Ramos, el inicio de la Semana Santa. En el catecismo aprendiste que este día se evoca la entrada de Cristo en Jerusalén. Un festejo que precede su trágica muerte.

Esta Semana Mayor quieres hacer algo diferente, salir de tu colonia, ir a otras iglesias, que al fin todas son la "casa de Dios". En una de las bolsas traseras de tus jeans gastados llevas boletos del metro y 350 pesos, que significan siete días de trabajo, en la mente: la idea de cumplir con los mandatos de tu religión.

Llegas como a la una a Polanco. Por el camellón de la avenida Horacio, en medio de cantos, avanza la procesión. Poco más de un centenar de personas caminan lentamente sosteniendo largas palmas con las manos. Al frente, entre una aromática nube de incienso, el sacerdote agustino vestido de rojo dirige la marcha.

¡Viva Cristo Rey! El grito proviene de un altavoz colocado en el toldo de una camioneta estacionada en doble fila en una calle aledaña. Los franeleros no se dan abasto. Todas las calles que rodean la Parroquia de San Agustín, en Polanco, están atiborradas de carros, decorados por las flores moradas que dejan caer las jacarandas.

Dicen las escrituras que a su llegada, la gente recibió a Jesús con palmas y ramas de olivo. Gracias al buen oficio de manos expertas, la rudimentaria palma se ha transformado en una trensa, un romboide, un ramo de rosas, un ángel, la Virgen de Guadalupe e incluso un crucifijo.

A falta de olivo, en esta ciudad las palmas se acompañan de frágiles hojas de eucalipto (pa' la tos), de flácidas y aromáticas flores de manzanilla (pa'l dolor de panza), y de escuálidas ramas de romero (pa' lo mismo).

En el acabado está el precio, el cual, para tu sorpresa, oscila entre los ocho y los 15 pesos, simbólicos para una zona habitada por personas más afortunadas que tú, que usan bolsas Louis Vuiton, playeras Polo, gafas Gucci y perfumes exquisitos disueltos en la tibia atmósfera de la nave principal.

Nunca habías visto una iglesia así, con tantas flores blancas y vidrieras intactas, con veladoras eléctricas que se prenden con una cooperación de entre uno y 10 pesos. Le echas una moneda de 10 pesos, para que dure más el foquito y la Divina Providencia pueda oír todas tus peticiones.

Al ver la abundancia monetaria en la charola de limosnas, en la que hay billetes que incluso no conoces, eliges otra moneda de diez y la depositas, aunque no te quedes a misa.

En el atrio te llama la atención un angelito con pelo de estambre. Lo hizo don Santiago, a quien todos llaman Tadeo, apóstol de la palma proveniente de Huajuapan de León, Oaxaca. Alguien le regaló un pajarito y lo guarda en un tortillero con una tortita de nata. Es de buena suerte, dice el hombre de pies curtidos por la tierra y el Sol, que pone el precio de la bella artesanía en 20 pesos. Se verá bien junto al estéreo.

Recuerdas que en el interior de la iglesia había un santo con capucha y barba llamado San Charbel, con miles de listones de colores, cada uno correspondiente a un favor. Piensas en afiliarte a su club de seguidores. Pero la figura más pequeña del santo cuesta 50 pesos, y la más grande mil 500. Compras la más pequeña y una estampita de cinco pesos, con todo y oración.

Quizá con sólo traerla en tu cartera el santo te haga el favor de conseguirte un mejor trabajo. Así será. Por eso adquieres un cirio pascual de a 100 pesos y un Cristo de palma tasado en 55 para la cabecera de tu cama.

A punto de partir decides adquirir también un plato de unicel con una estampa en medio y semillas exiliadas de la canasta básica, pegadas alrededor cuyo costo es de 15 pesos. Dicen que es para la abundancia. Hoy la carencia manda, pero siempre hay un mañana.

Segunda caída, la tentación en el centro

Digamos que llegas por Allende. Llovizna en el centro de la ciudad. Tienes sed y hambre, pero aguantas. Rodeas el atrio de la Catedral en el que los yeseros, plomeros y albañiles han cedido su sitio a casi 100 tejedores de palma. Los precios son los mismos que en Polanco, entre 10 y 15 pesos, aunque hay un joven que deja en 70 pesos (10% de lo que ganas en un mes) una palma de más de un metro y medio con forma de brote de maíz.

Ingresas en el edificio, cuyo atrio está muy limpio. Ya en el interior los ojos se te llenan de dorado. Quieres detenerte a leer cada cédula de cada capilla, revisas los óvalos de Cabrera y, cuando quieres entrar en el coro, alguien te detiene y te pide una cooperación de 10 pesos. Lo vale. También ver la sacristía para la que se pide otra cooperación similar. ¿Y subir al campanario?, 12 pesitos.

Haces la suma, 32 en total. No das más limosna, a San Agustín le consta tu generosidad, y también tu pobreza.

San Charbel no debe estar solo contra tanto mal. Adquieres dos figuritas, de 20 pesos cada una, de San Judas y la Virgen de Guadalupe. Ahora sí el equipo está completo.

Es menester no sucumbir a la mercancía incrustada entre los puestos de palmas, específicamente la discografía en MP3 de la Sonora Santanera. ¡Es La boa, tan tarán tan tan tan! Eva sucumbió a otra serpiente, pero tú no. Tienes que ser fuerte como San Antonio ante las tentaciones. Te alejas de la boa y regresas al terruño.

Tercera caída, Job en la Rubio

Digamos que de camino a tu colonia pasas frente a la iglesia de la Inmaculada Concepción, en la colonia Simón Bolívar. Algunos vecinos la llaman El Castillo, por la estrecha forma de sus campanarios; otros se refieren a ella como la de los pobres, por la figura del Señor de los Pobres que ahí es venerada.

Hay una feria frente al templo. No tienes tiempo de verla porque las campanas llaman a misa de siete y a la carrera alcanzas a comprar una palma de mediano tamaño en 10 pesos. Sumas los dos pesos de la limosna y piensas que quizás y hasta puedas comprarte un algodón de dulce a la salida.

Oyes que la procesión ya se acerca. Una señora comenta que toda la tarde estuvo dando vueltas un carro por las calles, invitando a los fieles a seguir la marcha e intercalando pasajes de La Pasión, narrada por Enrique Rambal.

Te metes para apartar lugar. Las primeras filas están ocupadas por hombres y mujeres vestidos como en los tiempos de Jesús y que seguramente participarán en la representación de la Pasión. Son jóvenes y adultos. La mayoría optó por la brillante tersura del satín, aunque hay quien prefiere la absorbente comodidad del algodón o la exótica suavidad del peluche.

Tu mirada va de una hija de Jerusalén que amamanta a su hijo, al decorado manierista de las columnas con sus adoquines dibujados. Entra la procesión. El padre inicia la misa con un regaño. A Cristo no lo crucificaron en una playa, dice. Pero tampoco frente a una feria, piensas.

El cura afirma que las palmas no son amuletos ni objetos de hechicería. Y sin embargo, el destino de la que traes en la mano -y la de casi todas- será la parte interna de las puertas, al lado de una oración de San Ignacio de Loyola para ahuyentar al demonio, según dice la gente.

Al final, el agua bendita rocía las palmas de los habitantes de Jerusalén, y los de Jericó, los de Damasco y los de todas las calles de la Bolívar y la Romero Rubio, hasta Oceanía o el Circuito y más allá.

Con gotas de agua en la frente y algunas monedas en el bolsillo sales a la feria, en donde le hacen guiños a tu estómago lo mismo las gorditas de nata (10 pesos), que los hot cakes (15). El milagro del pan y los peces desfila ante tus ojos, pero resistes la prueba como lo hizo Job, no tanto por exceso de fe como por falta de recursos. El estómago se te retuerce e imaginas un futuro posible. Un vasito de esquites para la esposa, quien de paso compra un boleto para una rifa.

Hay que ayudar a la iglesia, argumenta. El niño quiere subirse al gusano de grotesca sonrisa que da vueltas sobre una vía oxidada, quiere jugar a las canicas y manejar un carrito chocón. Mientras calculas el total (que rebasaría los 100 pesos), piensas que de alguna manera cumpliste con tu fe, como tendrás que hacerlo con el casero, el del gas y la compañía de luz.

Digamos que cual mártir avanzas con tu palma en la mano. Falta el Jueves Santo con los panes, la novena y más manzanila, falta el altar de dolores del Viernes Santo, y el judas para quemar el Sábado de Gloria. ¡Y sólo te sobran 3 pesos!

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