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El dilema de Hamlet y el informe presidencial

Julio Faesler

Ser o no ser, es el dilema eterno que ahora se les presenta a los señores legisladores que tienen que reaccionar inteligentemente al planteamiento del presidente Calderón de estar dispuesto a asistir a la sesión del Congreso el primero de septiembre, no sólo a presentar su Primer Informe de Gobierno, sino a escuchar los posicionamientos y hasta las preguntas que quisieran formularle.

El dilema hamletiano consiste en ser o no congruentes con lo que durante años ha planteado la Oposición de que el presidente escuche personalmente a los diputados y senadores en lugar de limitarse a leer o como el año pasado lo hizo Fox, sólo presentar su documento o bien por el contrario, inventar rápidamente un pretexto cualquiera para que no se haga así y que la ceremonia del Informe o de plano se anule o continúe siendo el tan criticado clásico “Día del presidente”.

Modificar el formato del Informe es la discusión que se dirime en estos días en la Comisión Permanente. Pero la modificación de la que se habla tendría que tener algún objeto y es esto lo que hasta ahora a nadie le queda claro.

En efecto, si de lo que se trata es impedir que precisamente Felipe Calderón presente personalmente su Informe, ello resulta un grotesco despropósito porque deja trunca una de las finalidades más obvias del Informe que cualquier jefe de Gobierno debe presentar ante la Soberanía Nacional representada en el Congreso. Ninguna razón puede esgrimirse que explique el porqué el presidente de la República no ha de comparecer y leer directamente al Congreso su reporte escrito sobre el estado que guarda la nación después de un año de gestión.

El que una fracción parlamentaria, en este caso minoritaria, se empecine en que Calderón no sea el presidente legítimo, no le da derecho a obstaculizar el que las demás opinen distinto y lo reciban.

La lanzada del presidente Calderón ofreciendo participar en la sesión completa del primero de septiembre deja sin argumentos a los que esperaban que se negase a ello. Se trata de llegar a la hora que sea citada la sesión del Congreso General lo que le permitirá escuchar con cuidado los posicionamientos de los representantes populares, algunos de ellos seguramente críticos.

Hecho esto, el presidente de la República procedería a leer su Informe, mismo que los congresistas examinarían en las sucesivas sesiones de glosa. El que el presidente hubiese tomado nota exacta de lo que se hubiese externado, permitiría que los secretarios de Estado respondan a ello, a nombre de su jefe, en las comparecencias que luego se sucederán. Así, el viejo reclamo de que el presidente escuche los cuestionamientos parlamentarios se habría cumplido.

Lo que ahora hay que esperar es si la Junta de Coordinación Política del Congreso dispone que su invitación al primer mandatario a cumplir con el Artículo 60 constitucional acudiendo a la sesión de apertura del Congreso para presentar su Informe, incluye también que escuche lo que ahí le quieran decir los parlamentarios y les responda.

De no ser así, surge la inevitable pregunta de si los cuestionamientos sólo van dirigidos a los miembros del propio Poder Legislativo o como cualquiera pudiera entender, al titular del Ejecutivo. Si son para ser escuchados sólo por los legisladores habrá que poner en duda la utilidad democrática del proceso.

¿Será que la verdadera intención de los que ahora buscan poner barreras a la fórmula sugerida por el presidente Calderón es valerse de cualquier pretexto para dificultar las salidas a un de por sí complicado escenario sociopolítico actual? Su oposición a un periodo extraordinario legislativo para atender las reformas estructurales que urgen como la fiscal prueba que no piensan en el país sino en llevar los problemas a límites más allá de todo remedio y propiciar situaciones radicales y violentas, ya no regionales como hemos visto en Oaxaca, sino a escala nacional. Se trata de hacer todo lo necesario para que el Gobierno fracase.

Felipe Calderón ha ganado a sus adversarios al adelantárseles y ampliar su propuesta mucho más allá de lo que ellos pedían. La apuesta está sobre la mesa. Como en su momento la lanzó Fox cuando invitó al subcomandante Marcos a llegar en caravana a la capital de la República y dirigirse al Congreso lo que acabó por desmitificar y desnudar su inútil provocación.

Calderón ha dejado a los que se oponen al avance del país en la poco envidiable situación de tener que resolver, entre ellos, el dilema de ser congruentes o no con ellos mismos.

México D.F., agosto de 2007.

juliofelipefaesler@yahoo.com

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