“¿Qué uva, para mantener su lugar bajo el sol, enseñó a nuestros ancestros a hacer vino?”
Cyril Connolly
Ensenada, Baja California.- Su rostro aporta siempre una sonrisa. Sus ojos son claros y alegres. Se llama Camilo Magoni. Es el enólogo de la casa L.A. Cetto, un italiano que lleva más de cuatro décadas trabajando en los viñedos del valle de Guadalupe.
Hace algunos meses, una mañana calurosa de sábado que estuve de visita en los viñedos de Cetto, Camilo mandó sacar unos quesos y compartimos un Chardonay fresco de tonos frutales. En esa ocasión tuve oportunidad de conversar con él un buen rato, sin las distracciones y el bullicio de la fiesta que cada año la firma vitivinícola organiza en sus viñedos.
Magoni me habló de su llegada a Tijuana hace ya más de cuatro décadas. De la historia de la producción vitivinícola en Baja California, la cual se remonta de hecho a la época de la colonia. De los años de trabajo intenso. De las características de la tierra de Guadalupe. De las dificultades técnicas para producir vinos de calidad en México y en cualquier lugar del mundo. Del problema del agua en el valle, que es la mayor amenaza para la producción vitivinícola.
Los homenajes a Camilo se han vuelto usuales. Hace ya 16 años el Gobierno italiano lo nombró cónsul honorario en Tijuana, lo cual le genera responsabilidades adicionales no remuneradas. En el año 2005 la familia Cetto le rindió un tributo especial por sus 40 años de trabajo en la firma. Hace apenas unas semanas, Italia le otorgó la Stella al Merito del Lavoro en grado de comendador, un reconocimiento que él toma con ironía y dice que es producto de una “esclavitud disciplinada” y de ser simplemente un “ruco”. Es un hombre, sobre todo, al que respetan los vitivinicultores de todo el valle.
Magoni es en muchos sentidos ejemplo de los técnicos y trabajadores que han logrado transformar a la industria vitivinícola mexicana. Hace 20 años, cuando empezó la apertura del mercado del vino, muchos profetas previeron simplemente la desaparición de la industria en México. La mala calidad de buena parte de la producción y la invasión de vinos baratos de otras regiones del mundo hicieron, efectivamente, que se dejara de producir una gran cantidad de marcas en México.
Pero lo que ocurrió es precisamente lo que debe suceder en un proceso de apertura. Los vinos mexicanos que sobrevivieron el asalto de productos importados fueron aquellos que construyeron una verdadera calidad.
Hoy tenemos un amplio abanico de vinos mexicanos que van de buenos a excelentes y que se producen principalmente en Parras, Coahuila, y en el valle de Guadalupe de Ensenada, Baja California. Estos vinos han reunido cientos de premios en los concursos internacionales que se definen con catas ciegas, sin que los catadores conozcan los productos que están degustando. No deja de ser significativo que un porcentaje creciente del vino mexicano se exporta.
Sigue existiendo un prejuicio entre los consumidores mexicanos que sin chistar están dispuestos a pedir un vino importado más caro y de inferior calidad frente a un mexicano mejor y más barato. No hace mucho tiempo la esposa de un presidente mexicano me expresaba razones para no probar el vino nacional. Me imagino que ella se sintió muy refinada. Yo la consideré ignorante y pretenciosa.
A este prejuicio, muy difundido, se añade el bajo consumo de vino en nuestro país. El mexicano bebe dos copas de vino al año en promedio, esto es, alrededor de 160 mililitros. El italiano consume 60 litros. Este mercado interno es el sustento de una industria pujante que exporta sus excedentes con éxito.
Ante estas cifras contundentes, parecería sensato rendirse y abandonar el esfuerzo. Pero eso no está ocurriendo. El consumo de vino del mexicano está aumentando. La costumbre de beber vino se está difundiendo en especial en la clase media y la media alta. Y el consumidor se está volviendo más conocedor. Por eso aumenta cada vez más la producción de vino de calidad. A las marcas tradicionales como Cetto, Domecq, Santo Tomás, Casa Madero y Monte Xanic, se añade otras como Chateau Camou, Casa de Adobe, Villa de Liceaga, Mogor-Badán con vinos que son, en algunos casos, extraordinarios.
Enólogos como Camilo Magoni han sido los artífices de este auge de calidad en el vino mexicano. Este sábado pasado tuve oportunidad de verlo nuevamente, vestido con una guayabera blanca, saludando a viejos y nuevos amigos, en la fiesta de la vendimia de L.A. Cetto.
Me pregunté a mí mismo por qué siempre Camilo tiene una sonrisa en los labios. El hecho de que es un hombre que ha hecho bien su trabajo, en una profesión que ama, es sin duda una de las razones. Su esposa, Diana, una mujer hermosa, inteligente y vivaracha añade sin duda a esa alegría. Pero al enterarme de que, además, tiene cuatro hijas y siete nietas he entendido la clave de su felicidad. Ningún hombre puede vivir en un harem así y no ser feliz.
CATÓN EN LA VENDIMIA
Sábado de vendimia en el valle de Guadalupe. Me encuentro de repente con Armando Fuentes Aguirre, Catón, el columnista más leído de México. Mi admiración se traduce en un fuerte y cariñoso abrazo. Le recuerdo que me ha prometido una entrevista hace años. “Me dijo usted que sí —le digo— pero no me dijo cuándo”. Quedamos de vernos en Saltillo, su ciudad —su feudo, afirman algunos— en octubre. Yo lo entrevistaré a él, pero él amenaza con entrevistarme a mí. Más me vale empezar a preparar las preguntas desde ahora. No sea que quede en ridículo.