El precio internacional del petróleo se ubica por encima de los 90 dólares por barril y el de la mezcla mexicana supera los 80 dólares. Algunos piensan que esto es una buena noticia para México, porque entran más dólares y mejoran las finanzas del sector público.
Quisiera compartir ese entusiasmo, pero al evaluar todos los efectos externos e internos de esos mayores precios sobre nuestra economía, veo que el saldo neto de esa bonanza en el precio del hidrocarburo no es favorable para México.
En el entorno externo los precios altos del petróleo son malas noticias para nuestro país, debido a los daños que pueden causar sobre la economía de Estados Unidos (EU) y, en consecuencia, sobre la nuestra.
La economía estadounidense, como sabemos, está agobiada por distintos frentes. Uno de ellos es la crisis inmobiliaria que puede generalizarse y afectar negativamente el gasto de sus consumidores.
Otro son los trastornos en sus mercados de crédito, donde diversas instituciones financieras han reconocido quebrantos mayúsculos vinculados precisamente con las hipotecas de alto riesgo.
La cotización actual del hidrocarburo y la posibilidad de que siga subiendo pudiera ser, en estas circunstancias, el detonador que precipite a la de por sí debilitada economía de EU a una recesión.
De hecho, algunos economistas colocan la probabilidad de una recesión en EU en 45 por ciento para 2008. Esto tendría, sin duda, severas repercusiones sobre la economía mexicana, cuyo sector manufacturero está muy vinculado con la suerte de la industria de ese país.
Los problemas derivados del alto precio del petróleo no se limitan a EU, puesto que Europa y Japón también son vulnerables, debido a la contaminación de sus mercados de crédito, su vinculación comercial con EU y los trastornos que las cotizaciones actuales del hidrocarburo pueden causar en sus economías.
El petróleo más caro ha hecho que se revisen a la baja los pronósticos de crecimiento de Europa y Japón, y si bien todavía no se habla de una recesión, el riesgo de que ello ocurra también ha crecido en las semanas recientes.
En lo interno, la forma en que nuestros políticos han utilizado los recursos petroleros a lo largo de nuestra historia hace que, tener petróleo, haya sido más una maldición que una bendición. Por un lado, tenemos en PEMEX un monopolio obeso, botín de intereses sindicales y caja del gobierno federal, que carece de la eficiencia y tecnología necesarias para equipararse con empresas petroleras privadas o mixtas en muchos otros países.
Por otro lado, los ingresos petroleros, al financiar una tercera parte del gasto público, han propiciado la complacencia de nuestros políticos, quienes siempre le han sacado la vuelta a la instrumentación de una estructura tributaria moderna y eficiente en nuestro país.
Para ellos ha sido políticamente más cómodo depender por décadas de un recurso no renovable, que enfrentar a los innumerables intereses que se benefician de los arreglos tributarios e institucionales que arrastramos desde hace muchos años.
La administración de Vicente Fox, por ejemplo, contó con más de 70 mil millones de dólares en ingresos petroleros adicionales a los que obtuvo el gobierno de Zedillo, y si bien intentó tímidamente la aprobación de una reforma tributaria, ésta se quedó en el tintero. No sucedió lo mismo con los ingresos excedentes, que se gastaron prácticamente en su totalidad.
El gobierno de Calderón arrancó con “suerte” en el terreno petrolero, puesto que los precios del hidrocarburo son ahora más altos que los vigentes en la administración pasada.
Sabe, sin embargo, que la producción interna va en declive, pero todavía no lo suficiente como para obligarlo a proponer una buena reforma tributaria. El prefirió un invento autóctono como el IETU, que si bien va a elevar la recaudación, también va a distorsionar la asignación de recursos y trastornar el desempeño de las empresas en el país.
En el mediano plazo, la declinación de la producción de petróleo en nuestro país, en particular en la zona de Cantarell, hace que los precios altos del crudo puedan ser contraproducentes para México, ya que es posible que nos afecte negativamente en la importación de productos derivados del petróleo antes de que finalice la administración de Felipe Calderón.
En síntesis, independientemente de la ruta que siga el precio del crudo en el corto plazo, el panorama petrolero para México no es muy halagüeño. Los ingresos petroleros se mantienen altos por las cotizaciones altas, más que por el volumen exportado.
Este ha caído recientemente por la declinación productiva del yacimiento de Cantarell. Esa tendencia continuará en los próximos años, por lo que si los precios internacionales del crudo continúan altos, la administración de Calderón tendría que lidiar con un escenario poco atractivo, que muy probablemente lo llevaría a hablar, nuevamente, de otra reforma fiscal.
Ello puede ocurrir de manera repentina y apremiante, ya que a diferencia de lo que han hecho otros países con sus ingresos extraordinarios, México se los gasta y no cuenta con un fondo del cual echar mano para sustituir los recursos que dejarán de ingresar al erario por la exportación petrolera.
Por consiguiente, es muy probable que al finalizar la fiesta de los ingresos petroleros crecientes, el gobierno federal, así como los gobiernos estatales y municipales, tendrán que racionalizar su gasto y ajustarse a la nueva realidad, porque el IETU no logrará compensar la caída de ingresos petroleros que bien puede ocurrir tan pronto como en 2010.