MÉXICO, DF.- Ahí está el piano, en medio de la sala. En la habitación de arriba está el ropero de la abuelita. Y frente a la puerta de entrada cuelga el reloj de péndulo, sin péndulo.
Todos fueron objetos propiedad de Francisco Gabilondo Soler Cri Cri y si hablaran, contarían la historia no sólo de sus canciones sino también de su vida. Por ejemplo, se le podría preguntar al reloj: ¿dónde quedó el péndulo? Y haría falta aplicar un poco de imaginación para escuchar la respuesta de boca del reloj: Francisco Gabilondo dedicaba las mañanas a escribir cuentos y canciones, pero las campanadas del reloj lo desconcentraban cada vez que daba la hora, así que decidió quitarle el péndulo.
Así, el reloj daba la hora, pero no sonaba.
Estos objetos son conservados por la Fundación Francisco Gabilondo y con motivo del centenario de su natalicio, su nieto Óscar abrió los archivos de Cri Cri, con más de 800 fotografías, decenas de partituras originales (de puño y letra de Gabilondo Soler), memorabilia en cómics y álbumes de estampas e incluso hasta el bolo de su bautizo, que da cuenta de que “nació en la ciudad de Orizaba el seis de octubre de 1907 y fue bautizado el día 20 del mismo mes y año. Sus padres, Tiburcio Gabilondo y Emilia Soler de Gabilondo. Sus padrinos, Miguel Escudero y la señorita Carmen Soler”.
En la portada del bolo se puede leer el nombre completo de quien sería el fabulista mexicano más importante del Siglo XX: Francisco José Gabilondo Soler, quien hizo hablar a mamá patita, al ratón vaquero, a una hormiguita con su paraguas y recogiéndose las enaguas, a un rey de chocolate, a los zapatos que les dio por bailar.
Entre las 800 fotos, hay una que es la punta de la madeja, el origen de todas estas fábulas. Óscar la señala. En el papel se ve a una mujer de gesto serio, vestida de negro y con una mirada que proyecta eso que los antropólogos llaman sabiduría ancestral. Óscar explica: “Ésta es su abuelita: la musa, la dueña del ropero, la que le enseñó los cuentos, la que lo cuidaba por las tardes. Ella es doña Emilia Hernández de Soler”.
El ropero se conserva y ahí todavía se guardan las cosas de Cri Cri: sus partituras, sus fotos, sus recuerdos, es decir, su vida en un ropero.
El nieto cuenta que este mueble fue, por ejemplo, “la casa de la muñeca fea, aquella que andaba escondida por los rincones, temerosa de que alguien la vea”.
Y, por cierto, en los archivos se guarda el original del cuento que Gabilondo hizo a máquina de escribir. Son dos hojas mecanografiadas con pulcritud, con un párrafo que no aparece en la canción pero que es un ejemplo del talento que como buen fabulista tenía para la moraleja.
El cuento narra que la muñeca fea al final encuentra una nueva dueña que la recoge del basurero. El párrafo dice: “La nueva dueña quería y cuidaba mucho a su muñeca, para que viviera muchos años con ella; y así fue, porque los pobres cuidan infinitamente más sus cosas que los ricos”.
El recorrido por los archivos de la Fundación nos lleva a la mesa comedor, también propiedad de Gabilondo Soler, en donde Óscar muestra una partitura que en la parte trasera tiene impreso el número uno. “Fue la primera con la que entró a la XEW, fue la primera que se transmitió en la radio”. Es el chorrito que se hacía grandote y se hacía chiquito.
Y junto a la partitura está escrita de su puño, la letra de la canción con un último párrafo inédito que dice: “Las hormiguitas están lavando sus enagüitas, por que el domingo se van al campo todas vestidas de rosa y blanco”.
Finalmente, Óscar Gabilondo llega al piano de su abuelo. Blanco, bien cuidado, aunque con las marcas propias del tiempo y de las continuas mudanzas. Este piano acompañó a Cri Cri desde que vivía en la calle López Velarde número 26, después en el edificio Pachuca de la colonia Condesa y por último en Satélite, estado de México.
Es un piano que si hablara, como en las fábulas de Cri Cri, contaría la historia del creador de este grillito cantor que ayer cumplió 100 años de su natalicio.
