Bien se vio el santista, Edgar Castillo en el juego México Vs. Colombia.
Queridos amigos, reciban un abrazo desde Denver, Colorado, donde venimos a presenciar la actuación del equipo nacional mexicano frente a su, esta vez nunca mejor dicho, similar de Colombia.
Para ejemplificar lo que pienso sobre el particular, me gustaría rememorar los días de la escuela primaria, cuando mi formación le fue entregada a los padres salesianos en el glorioso Instituto Don Bosco, que se ubicaba allá por los rumbos de Iztapalapa.
El deambular por patios y pasillos era un verdadero deleite pues la mera verdad, era una escuelota, pero había un lugar que al sólo mencionarlo se erizaban los cabellos, peinados con raya y sometidos por la sabia mano de mi madre y el fijapelo “polands”, y ese tétrico sitio era el Laboratorio.
Para que usted, amable lector, se dé una idea de lo espantoso de la locación, le platico que nomás de entrada al anfiteatro estaba colocado un esqueleto humano de tamaño natural que, se rumoraba, había osamentado a un conserje particularmente antipático.
Había también toda clase de frascos con líquidos multicolores que contenían ranas, víboras, trozos de cerebro y un feto de color verde que se decía auténtico.
La máxima ilusión de terminar la educación básica no estaba en el hecho de dar el salto a la secundaria o el obvio pavor de reprobar y la consecuente andanada de reproches por parte de mis padres, sino en la posibilidad, cada día más cercana y real, de poder ingresar al temido y admirado, odiado y amado Laboratorio.
Usted se preguntará, ¿a qué viene todo este rollo? Pues a que el señor director técnico de la Selección Nacional pretende usar al llamado “equipo de todos” precisamente como un laboratorio.
Habrá toda clase de opiniones pero a mí me parece que llamar de sopetón a tanto jugador novato lo único que hace es abaratar el alto honor que significa portar la camiseta verde y que algunos de ellos no volverán a ver una convocatoria ni en el periódico.
No estoy en contra de la renovación, ni de la oportunidad a los chavos, y menos de preparar adecuadamente al Tri para la eliminatoria y eventualmente para los Juegos Olímpicos del año entrante, pero lo hecho para enfrentar a Colombia me pareció simplemente una exageración.
El trámite mismo del partido así lo demostró; un equipo mexicano sin pies ni cabeza, carente de cohesión y lejos del área enemiga pues la preocupación fundamental era quitarles la pelota, y los colombianos, con muy poquito, se impusieron con un gol fruto de su tradicional buen manejo del balón.
El estratega nacional dirá que es necesario probar jugadores, que Beijing está a la vuelta de la esquina, y toda clase de pretextos. Lo único cierto es que el laboratorio se debe quedar en la escuela secundaria, y aquí, en el mundo real y actual, la Selección debe quedar reservada sólo para los grandes jugadores.
El resultado ahí queda para la estadística, Memo Ochoa pierde su primer partido como arquero nacional y el Tri se prepara para los Olímpicos pero, ¿y el paisano que vive en Denver y sus alrededores? Porque ellos pagaron un boleto, en algunos casos con grandes sacrificios, para ver a sus ídolos, y las razones que esgrima el entrenador son patrañas. Simplemente les dieron gato por liebre y creo que no se vale.