Mi buen ?Kike?, aún recuerdo tu mirada de niño inocente y tu paso por este mundo. No creas que olvido tu andar por esta vida, nunca fuiste callejero ni casero. Tus amos te cuidaban, pero a su manera, y yo siempre consideré una bendición que vivieras en una calle cerrada; mas no lejos del tráfico y de la maldad de los humanos. Varias veces veía cómo jugabas con tus dueños y con los vecinos de la cuadra. Me daba gusto al ir a clases darme cuenta que ya estabas listo para acompañarnos hasta la esquina, despidiéndonos como lo hace un padre y que luego te tuviéramos que mandar a tu casa como al niño que no le permiten acompañar a los adultos.
La historia de ?Kike? queda rodeada de muchos momentos buenos y memorables, historias en las cuales se plasma la increíble fidelidad y amistad que un perro siempre está listo a ofrecer sin pedir nada a cambio. ?Kike? siempre fue fiel y protector, no se metía en problemas, sólo cuando veía que llegaba algún desconocido él tenía la obligación de avisar. A pesar de su corta edad fácilmente podría asegurar que actuaba como un adulto y se sentía con la obligación de cuidarnos sin importar la hora en la que terminábamos de jugar a las escondidas o a los ?mundiales? de futbol.
No olvidaré esos días de vacaciones de abril, en especial aquel jueves que mamá nos metió temprano a bañarnos y cenar. Aún recuerdo el olor de la cena de aquel día, y al mismo tiempo los aullidos de dolor que por primera vez resonaban en nuestra cuadra y en nuestra casa. De pronto por instinto salimos a ver qué sucedía y recuerdo que lloré; ?Kike? fue quemado vivo por un vecino al darse cuenta que entró a su terreno siguiendo a su perra en celo. Cometió el error de seguir sus instintos. El dueño de la perra; al fin y al cabo amargado no tuvo mejor ocurrencia que tirarle algún tipo de líquido corrosivo.
No los abrumaré con los detalles tan frustrantes que siguieron durante esa larga noche y la madrugada del día siguiente. ?Kike? se debatía entre la vida y la muerte, su mirada era triste, desencajada, no entendía por qué la mano que alguna vez le dio de comer, lo acarició e incluso le sonrió ahora le pagaba con dolor y odio. Los veterinarios e incluso los socorristas que fueron a recogerlo intentaban por todos los medios salvarlo. Tuvo 70 por ciento de quemadoras, tres transfusiones de sangre y cuidados intensivos por tres días. Al cuarto día, como si me estuviese esperando llegué temprano como los días anteriores para verle y estar con él; me miró con sus ojos color miel, me reveló su dolor, su tristeza y después de saludarme a su estilo se fue a acostar. Aproveché ese tiempo para ir y preguntarle al veterinario sobre las posibilidades de llevarlo a casa, de cuidarlo allá, de ayudarlo de alguna manera; y cuando fuimos a verlo ya estaba muerto.
Sobra decir que el vecino malencarado aún vive aquí en la cuadra, más viejo, solo y amargado, mas sin embargo; yo sé que Dios está presente en todo y que un día lo llamarán para rendirle cuentas sobre su hijo ?Kike?.
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