Los perros son verdaderamente el mejor amigo del hombre. Su lealtad es tan grande que se ha comprobado una natural inclinación canina para con los minusválidos.
El perro empezó su carrera de lazarillo durante la Primera Guerra Mundial en los Estados Unidos, luego en Inglaterra y a fines de la Segunda Guerra, en Francia y sus alrededores. Debido a su altura para la fácil manipulación del arnés y su tranquilidad las razas más comunes para esta función son el ovejero alemán y el labrador, aunque los holandeses y los norteamericanos -por el color blanco y la seguridad que infunde- añadieron al “dogo argentino” durante las últimas décadas.
Los perros para ciegos se seleccionan entre los dos y seis meses de edad; eligiéndose ejemplares dóciles, inteligentes, receptivos y equilibrados; en su mayoría las hembras. Desde cachorros son enviados a una familia para adaptación y son supervisados por un instructor que les va enseñando las normas de conducta. El entrenamiento específico comienza después de un año, y tiene una duración de cuatro a seis meses aproximadamente. Durante este tiempo nuestro amigo aprende a tomar la iniciativa frente a los obstáculos, a evaluar el peligro -pensado en él y su amo- y a detenerse si así lo amerita la situación. También se le enseñan cosas tan importantes como cruzar las calles, subir escaleras, descender de vehículos, entender algunas señales auditivas, graficas o de semáforo y lo más importante: facilitarle la vida a la persona que está a su cargo.
A pesar de tantos avances tecnológicos, se sigue confiando la importante tarea de guiar a un minusválido en los instintos, la lealtad y los cuidados de un perro hacia su amo que sabemos antepondrá su vida antes de permitir que algo le pase a su dueño. Éste es un ejemplo claro de hasta dónde llegan ellos por nosotros; y tú: ¿le brindas la misma lealtad a tu mascota?
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