Muchas gracias a Elvia Soto, que me envió esta hermosa historia.
Hace tiempo recibí una llamada para revisar un perro de raza Wolfhound Irlandês, llamado Belker. Examiné a Belker y tristemente descubrí que se estaba muriendo de cáncer. Le dije a la familia que no habría milagros con Belker, y me ofrecí para proceder a la eutanasia para el viejito perrito en la casa.
Mientras hacíamos los arreglos, Ron y Lisa me contaron que habían pensado si no sería bueno que Shane, de cuatro años, observara el procedimiento. Ellos creían que Shane podría aprender algo de la experiencia.
Al día siguiente, yo sentí un “nudo en la garganta” mientras la familia de Belker lo rodeaba. Shane, el niño, parecía tan tranquilo, acariciando al viejo perrito por última vez, que imaginé si él entendía lo que estaba pasando. Al ratito, Belker se fue, pacíficamente. El niño parecía aceptar la transición de Belker, sin dificultad o enojo.
Nos sentamos, al rato de haber fallecido Belker, hablando sobre el triste hecho de la vida de los animales, que sea más corta que la vida de los seres humanos, Shane, que había estado escuchando silenciosamente, dijo: “Yo se por qué”.
Anonadados, lo miramos. Lo que dijo me asombró. Jamás escuché una explicación más reconfortante.
Él dijo: “Las personas nacen para que puedan aprender a tener una buena vida, cómo amar a todo el mundo, todo el tiempo y ser bueno, ¿no es cierto?”.
El niño de cuatro años continuó... “Bien, los perros ya nacen sabiendo cómo hacer eso, por lo tanto no precisan quedarse tanto tiempo”.
A todos los perros que siempre nos dan una mirada de confort, un ladrido de apoyo o simplemente están con nosotros en esos momentos en los que nos sentimos mal, les doy las gracias por existir.
wolfschauze@ieee.org