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El presidente y su mentor

Jesús Silva-Herzog Márquez

Gracias a Enfoque de Reforma me entero que mañana sería el cumpleaños 60 de Carlos Castillo Peraza. Murió hace siete años, unos meses antes de que Vicente Fox asumiera la Presidencia. Logró celebrar el triunfo del partido al que perteneció casi toda su vida, pero no acompañó al primer Gobierno panista. Su reflexión ha hecho falta en estos años de confusión. No es difícil imaginar que habría sido una figura central en esta nueva era política de México. De haber permanecido en la trinchera de la crítica, habría marcado distancia desde la lealtad. Una inteligencia independiente capaz de justipreciar las novedades, señalando al mismo tiempo desviaciones y tonterías. Acercarse a la estupenda compilación de ensayos y discursos que seleccionaron Alonso Lujambio y Germán Martínez Cázares (El porvenir posible, México, Fondo de Cultura Económica, 2006) permite reconocer la actualidad de sus ideas, denuncias y convocatorias.

Renunció al PAN cuando su presidente era Felipe Calderón, pero no se llenó de rencor contra su antiguo partido. Desatado de compromisos formales, siguió siendo un panista a cielo abierto. Seguramente habrá habido intrigas y desavenencias. Lo que puede registrarse de su conducta pública es que la separación fue suave. No gritó traición ni emprendió campaña contra su sucesor. Sabía que los caminos dentro del PAN se le habían agotado y buscaba caminos de libertad. Quería retomar el camino de la reflexión. Dejaba la credencial y el uniforme del PAN pero seguía siendo un panista “de alma y corazón”.

Algún curioso podría compilar un volumen de respetable grosor que antologara las mejores renuncias a los partidos en los últimos veinte años. El libro sería un estupendo resumen del brincoteo de lealtades; un muestrario del oportunismo y la incongruencia. El ampuloso histrionismo de nuestra clase política encontraría ahí un justo monumento. Yo, demócrata impoluto, renuncio al partido inmundo al que he pertenecido durante 40 años. Al negarme la candidatura que por méritos innegables me correspondía, he llegado a la conclusión de que el partiducho no me merece. Lo notable de la renuncia de Castillo Peraza al PAN frente a esa cadena de cartas es que no es un portazo desde el resentimiento, sino una despedida afectuosa. No se percibe hostilidad sino cierto cariño en aquel texto de separación.

La relación entre Castillo Peraza y su seguidor más exitoso fue compleja, como suelen ser los vínculos estrechos. No sé si sea justo decir que el presidente cometió parricidio al distanciarse de su antecesor en la dirigencia del PAN para asentar su autoridad. Lo que es innegable es que el yucateco marcó a quien hoy ejerce el Poder Ejecutivo Federal y que éste reconoce una gigantesca deuda frente a su guía. El suplemento político de Reforma nos ofrece un documento inusual: un presidente en funciones reflexiona sobre su mentor. Subrayo el verbo. El texto publicado ayer (“Construir gobiernos desde la política”) no es una pieza oratoria, sino un ensayo, una reflexión que permite al lector adentrarse en la contribución política e intelectual de Castillo Peraza y penetrar en las ideas cardinales del presidente Calderón. Un retrato y un espejo.

Castillo Peraza fue uno de los primeros panistas que reflexionó desde el PAN sobre las responsabilidades de Acción Nacional, no meramente como núcleo opositor, sino como protagonista de Gobierno. Los votos empezaron a colocar al viejo marginado en los centros de decisión. El político yucateco apostó entonces a la negociación y al pacto. Su partido tenía que reconocer su nuevo papel y arriesgarse al acuerdo. Se trataba entonces de una opción aventurada para un partido cuya identidad estaba marcada por el afán de denuncia.

El camino del Gobierno calderonista no es otro. Sabe bien que, sin convenios no logrará eficacia. El aislamiento conduce al fracaso. Por eso es importante construir condiciones para la confianza. Salir de la política del maniqueísmo que tan elocuentemente fustigó Castillo Peraza. El México democrático tiene que superar la retórica del blanco y negro que ha imperado. Sólo así, reconociendo la legitimidad, la racionalidad de otros, puede haber convenio.

El presidente Calderón también resalta la reflexión de Castillo Peraza. Ve en él a un hombre que nadó del pensamiento a la acción y que braceó de vuelta de la acción al pensamiento. Puede ser cierto que el político se ve forzado a reaccionar con agilidad a las excitaciones del contorno, pero nunca debe permitir que las circunstancias lo avasallen. Si la prepotencia mediática pretende subordinar todo cálculo político a la repercusión instantánea, la política razonante debe encontrar un asidero temporal distinto. Más allá del titular del día siguiente, el político debe comprometerse con lo duradero. Y para ello hay que leer, hay que pensar, hay que estudiar, hay que preguntar. Como diría Ortega y Gasset, el político precisa asiento.

La tercera línea de este retrato-espejo es el celo por el Estado. Si Calderón describe a Castillo Peraza como el gran ideólogo de la transición es porque el yucateco defendió el camino institucional de la democratización mexicana. El sendero no se detenía en el compromiso electoral, esto es, en la necesidad de mejorar las garantías legales de la competencia, organizar la Oposición y ocupar las plazas de la representación. Se trataba de un amplio compromiso con ese espacio de la civilización que es la legalidad.

Castillo Peraza sabía bien que no podía haber democracia eficaz sin un régimen de derecho, sin partidos sólidos, sin instituciones legítimas y eficaces. El llamado era claro: construir una democracia que dejara atrás las capitulaciones de la astucia autoritaria y las trampas de la demagogia en boga.

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