Desde hace mucho tiempo podía preverse la crisis actual del maíz detonada por el alza repentina del precio de la tortilla.
Se gestó no sólo en el Tratado Norteamericano de Libre Comercio, segundo capítulo de una larga cadena de políticas desastrosas para la comunidad agrícola mexicana, después de que se desvirtuó la Reforma Agraria.
La historia la conocemos todos. El reparto agrario, proceso por el que han pasado varios países y que aún falta en otros, aquí olvidó que la distribución de tierras requiere una segunda indispensable etapa de capacitación y apoyo técnico-financiero para los favorecidos.
Nuestra reforma se varó en la primera fase, la idealista, la retratada en grandiosos murales. El programa fue secuestrado por los que vieron en él una estructura de control de masas, sea para afianzar utopías socialistas tan en boga después de la I Guerra Mundial, sea una maquinaria productora de votos que institucionalizada en 1929 para repartir el botín político de la Revolución.
La cuestión agraria era simplemente un cerco de fuerza muy ajeno del objetivo de mejora niveles de vida en el campo. Un secretario de Agricultura habría de confesar que el campo estaba organizado para votar, no para producir.
Desviadas de sus propósitos originales, nuestras distorsionadas políticas agrarias sumieron en mísero abandono al campesinado sin servicios técnicos, educativos o sociales.
La producción de maíz, componente secular de nuestra cultura no aumentaba el ritmo de la demografía y menos aún de la demanda interna. Las importaciones aparecieron como rubro permanente en nuestras cuentas nacionales.
El TLCAN consagra la apertura a la importación de granos. Se argumenta ofrecer al mercado mexicano un maíz barato. Se confirmaría el golpe de timón hacia los flamantes postulados del libre mercado desapareciendo a Conasupo que garantizaba la compra dando una medida de seguridad al campesino.
A partir de ese momento la importación la realizarán los particulares, los más grandes sin cubrir aranceles y con créditos blandos a bajo interés ofrecido por los proveedores norteamericanos que además gozan de subsidios oficiales. Mientras la producción mexicana se estanca en un promedio de 18?5 millones de toneladas, nos convertimos en el cliente principal de Estados Unidos importando un promedio de 5?5 millones de toneladas anuales en el periodo 1999 a 2004.
Ya en 2008 la importación será libre. Antes de esta fecha sucede lo inesperado: la suerte del maíz se enlaza con la del petróleo cuya compleja problemática provoca la búsqueda de nuevos combustibles. Brota una repentina demanda de granos, particularmente de maíz para producir etanol. Se encarece la materia prima importada de las tortillas, el alimento más popular de México. No podemos responder con producción nacional. Hay que importar, pero ahora es más caro hacerlo. La importación resulta más onerosa.
Es acertada la medida de emergencia de autorizar la importación 450,000 toneladas de maíz del exterior para conjurar una escalada inflacionaria. No hay, empero, que perder de vista ciertos hechos:
En primer lugar, el aumento en el precio del maíz no es pasajero. El empleo de este grano para obtener etanol, es asunto que también nos interesa mucho a la vista de nuestros problemáticos recursos petroleros. Las cotizaciones internacionales de granos como maíz y sorgo, seguirán subiendo.
En segundo lugar los precios más altos son un aliciente para aumentar la producción mexicana de maíz, que es insuficiente para cubrir la necesidad doméstica. Los nuevos ingresos que reciba el campo crearán ocupación y mejores niveles de vida que de otra manera seguirán sucumbiendo. Más recursos para el campesino alivia el gasto que destina el Gobierno para combatir pobreza.
En tercer lugar fortalecer la economía del campo es determinante para arraigar y retener valiosa mano de obra que de otra manera seguirá abandonando sus tierras y poblados para atender cultivos que luego compiten con nuestras frutas y verduras. Las millonarias sumas que absorben las importaciones redituarán mucho más si, por fin, las dirigimos a donde más se requieren, que es el campo nuestro y no el ajeno.
Enero de 2007 juliofelipefaesler@yahoo.com