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El récord más sospechoso

Barry Bonds está en el “ojo del huracán”, pero muy pronto será el máximo jonronero en la historia de las Ligas Mayores. (AP)

Barry Bonds está en el “ojo del huracán”, pero muy pronto será el máximo jonronero en la historia de las Ligas Mayores. (AP)

Barry Bonds iguala la legendaria marca de 755 jonrones de Hank Aaron entre la polémica por su implicación en una trama de dopaje.

MIAMI, FLORIDA.- Barry Bonds igualó en la noche del sábado, en San Diego, California, la mítica plusmarca de 755 jonrones en ligas mayores. Hace 31 años, en 1976, la logró Hank Aaron, pero si a éste el deporte profesional norteamericano le recuerda con admiración y respeto, a Bonds, ilustre sospechoso de dopaje, no. “Yo sólo hablo de beisbol”, zanjó el jugador de los Gigantes de San Francisco, cortante, tras el partido.

La polémica que envuelve el récord pudo verse en Petco Park, eran las siete y media de la tarde, el zurdo Bonds golpeó con enorme potencia la bola, soltó el bat e hizo un gesto con el puño izquierdo antes de recorrer las bases. Para más morbo, Clay Hensley, el pitcher fue suspendido en 2005 por 18 partidos debido al consumo de esteroides; la bola llegó a la grada.

Bonds apenas se abrazó a sus compañeros y no volvió a sonreír, parecía un funeral, sintomático y sospechoso. Ninguna celebración, sólo su hijo mayor salió a abrazarle y él se fue a besar a su esposa y a su hija más pequeña, la familia llevaba siete partidos esperando el momento.

El guirigay estaba montado, los pitos y las protestas tapaban los aplausos, lo de menos fue que la carrera supusiera el empate para los Gigantes, que al final perdieron. El comisionado de las ligas mayores, Bud Selig, se levantó, pero dejó las manos en sus bolsillos. Ni un gesto ni unas palmas, es muy amigo de Aaron y cree que Bonds no es trigo limpio aunque no le hayan pillado en ningún control antidopaje. Las evidencias de sus “músculos artificiales”, publicadas en varios libros, y las acusaciones de personas de su entorno o que dicen haberle facilitado productos prohibidos, son abrumadoras.

Bonds ha alcanzado un récord a la medida del deporte del siglo XXI en el que los escándalos de dopaje empañan muchas hazañas. El jugador, que acaba de cumplir 43 años, debería haber sido el indiscutible héroe moderno estadounidense. Los honores recibidos tendrían que haber sido un acontecimiento nacional, pero no, las críticas van de costa a costa.

En un país en el que el patriotismo ciega los ojos, el beisbol no podía ser una excepción. Aún existen los fanáticos que disfrutan con los records a cualquier precio. Pero los más lúcidos no pueden valorar como quisieran lo conseguido por Bonds porque no lo consideran legal. Está metido hasta las cejas de sus potentes músculos, aunque lo niegue, en el escándalo de los laboratorios Balco, la espita que destapó a finales de 2003 la podredumbre de parte del deporte estadounidense. A los atletas, obligados por la disciplina olímpica, la justicia deportiva se los llevó por delante. Pero a los practicantes de los deportes profesionales, con barra libre, las investigaciones les han venido de fuera. Como la que ha puesto en marcha un ex senador.

Bonds está en un gran lío, en 2003 negó ante un tribunal que hubiera usado esteroides y el pasado día 20 un jurado federal extendió seis meses la investigación sobre su posible perjurio. Un héroe de barro porque Estados Unidos está empezando a limpiar sus grandes deportes.

Bonds batió en 2001 el récord de jonrones en una temporada (73). Superaba así a otros sospechosos famosos como Mark McGwire y Sammy Sosa, que habían mantenido un duelo memorable. Pero desde el escándalo Balco, en pleno ojo del huracán, bajó su rendimiento. Este año apenas ha pasado de una modesta veintena. Cuando en 2006 superó los 714 a los que llegó en 1921 el legendario Babe Ruth (tercero ahora en la lista), un cartel de un aficionado decía: “Babe Ruth logró su récord tomando sólo cervezas y perros calientes”. El miércoles, en las gradas del campo de los Dodgers de Los Ángeles, sus grandes enemigos, otra pancarta rezaba: “La historia siempre necesita villanos”. Ahora ya no le tiran jeringuillas y pastillas, como en los tres años pasados, pero le llaman de todo.

El domingo no era seguro que jugara el último partido de la serie contra los Padres, en San Diego, antes de volver a San Francisco, a casa, para empezar la siguiente contra Washington Nationals. Tal vez preferirá esperar porque sólo allí tendrá mayoría de aplausos y la bahía detrás del estadio abarrotada de nuevo con barquitos y piraguas para tratar de coger la pelota del jonrón 756. Valdrá millones, como la del sábado, que atrapó un agraciado fontanero. Y tendrá siempre, para mayor morbo, el estigma añadido de la trampa.

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