Mucho ruido se ha generado alrededor de la reforma electoral. Los medios electrónicos han alzado las voces más iracundas para desde sus trincheras descalificar la nueva ley electoral propuesta en el Senado.
El enojo de las grandes televisores se debe a que los candidatos ya no gastarán en anuncios publicitarios cantidades tan exorbitantes como en el año 2006, donde en la contienda por la Presidencia de la República los partidos gastaron más de 2 mil millones de pesos. Cantidad por demás insultante en un país que tiene grandes carencias.
Las campañas políticas en México son de las más caras del mundo. La ley electoral, aún vigente, propiciaba que los políticos se olvidaran de las propuestas para privilegiar la imagen sobre el debate de las ideas, era mejor tener un buen mercadólogo en el equipo de campaña que a asesores con los conocimientos suficientes sobre la problemática que enfrenta el país.
El proceso electoral de 2006, el más competido en la historia moderna de México, fue una prueba contundente de cómo los spots distorsionan y meten un ruido innecesario a las campañas. Ya que se privilegia la descalificación mediática del oponente; cómo olvidar la famosa frase de “un peligro para México”.
Según datos del IFE en la pasada campaña presidencial se trasmitieron 800 mil spots. De ellos, más de 200 mil de manera ilegal, a nombre de organizaciones inexistentes, con lo que los partidos rebasaron fácilmente los topes de campaña.
Hoy más que nunca es necesaria una legislación que controle los excesos de los medios de comunicación electrónicos, principalmente el de las televisoras. La reforma electoral parece ser el primer paso para controlar los excesos de las televisoras, no se trata de un ataque a la libertad de expresión, simplemente es que los políticos ya no ofendan a los mexicanos con gastos tan desorbitados en campañas televisivas.
