Sólo sé que así somos
La ficción no puede sustituir a la realidad, pero puede acercarnos más a ella. El dolor, la violencia y la esperanza son el común denominador de las veintiún ficciones contenidas en Sólo sé Que así Fue, el más reciente libro de Orlando Ortiz. El volumen, publicado por Conaculta en la serie Lecturas Mexicanas, consta de doscientas tres páginas habitadas por dolores niños, adolescentes, maduros y viejos. Allí, los personajes comparten la experiencia traumática de quien arriba a una realidad distinta a la esperada.
Nacido en Tampico en 1945, Orlando Ortiz es autor de más de una veintena de libros, entre ellos las novelas En caso de duda (1968, ganadora de la beca Martín Luis Guzmán), Una muerte muy saludable (1996), Vidrios Rotos (1998); de los volúmenes de cuentos Sin mirar a los lados (1969), El desconocimiento de la necesidad (1984) y Miscelánea cruel (1988); de los libros de ensayo La violencia en México (1971), Jueves de Corpus (1971) y Genaro Vázquez (1972).
Desde 1972 coordina talleres literarios. Ha sido colaborador en publicaciones como Punto de Partida, Revista de la Universidad, El Cuento, Plural, El Sol de México, entre otros. En 2005 fue nombrado creador emérito de Tamaulipas.
Desde la nota preliminar de esta nueva entrega, el autor aclara que se reproducen dos de sus anteriores títulos: Secuelas, publicado por primera vez en 1986 y Desilusión Óptica, publicado en 1988. También precisa que, por fidelidad a las ediciones anteriores, no hizo para ésta cambios de consideración.
Cruzado ese umbral, nos topamos con textos armados con prosa a veces dura y a veces amable, pero siempre eficaz para detonar imágenes e ideas. Y ya que la única herramienta del escritor es el lenguaje, Ortiz abre el libro con “Las palabras”, un texto que fluye vertiginosamente porque las frases están eslabonadas con comas: las ideas tiran unas de otras, llevan al lector al sitio exacto en que el narrador quiere dejarlo.
Que nadie se confunda: no asistimos a un vagabundeo verbal, sino a la celebración de una generación que nos heredó el derecho a decir. No es por azar que la mayoría de los cuentos corresponde al ambiente generado tras el movimiento estudiantil de 1968.
Una de las razones por las que los cuentos de Ortiz son contundentes es la certera dosificación de información: las líneas contienen sólo los elementos indispensables para crear una atmósfera de tensión creciente. Esto obliga a los lectores a formular hipótesis, a estar alerta, a olfatear cada línea en busca de indicios para tratar de comprender la elusiva realidad.
En Secuelas, el lector se da cuenta de que el autor ha tendido puentes entre los cuentos: a veces como alusiones directas a los personajes, a veces como sombras que son meras sospechas de un entramado general que sostiene las historias. No son estos lazos los únicos entre los cuentos: en todos se ligan las facetas más íntimas de los individuos –el sexo, los miedos, las obsesiones– con las decisiones que determinan su vida pública, y por lo tanto la vida de la sociedad en que se desenvuelven: la militancia política, los actos de corrupción, la congruencia entre el discurso y las acciones, la pelea por atenuar lo que consideran injusticias sociales. A medida que nos adentramos en esta primera parte de Sólo sé que así fue, nos sumergimos en situaciones que no por sórdidas son menos reales.
La ficción no puede sustituir a la realidad, pero puede acercarnos más a ella. Por esa, entre muchas otras razones, es importante la aparición de Sólo sé que así fue, conjunción de dos títulos memorables del maestro Ortiz. Tras leer la crónica de “esos inframundos asquerosamente humanos que lindan con la bestialidad absoluta” nos queda la esperanza de que todavía hay quienes, armados de palabras, se dedican a acercarnos a lo que fuimos, a lo que somos.
Comentarios: vicente_alfonso@yahoo.com.mx
