Donde las dudas caben
Hay cosas que no debieran definirse, realidades a las que es mejor acercarse con una dosis de desconocimiento. Que ignoremos quién esculpió la Victoria de Samotracia le agrega a la escultura un aire de gloria colectiva, universal, de la que aún nosotros nos sentimos partícipes. Sabemos que Mozart compuso un Concierto para Violonchelo y Orquesta de que nadie ha escuchado siquiera un compás. Y sabemos también que eso no ha sido obstáculo para que se le incluya en la colección de sus obras como la número 206-A. Lo mismo sucede a veces con la poesía: explicar un poema es actuar como el niño que destripó al gatito para averiguar dónde guardaba los maullidos.
“El poeta –dice José Gorostiza en sus Notas Sobre Poesía– simplemente conoce la poesía y la ama. Sabe dónde está y de dónde se ha ausentado. En un andar a ciegas, la persigue. La reconoce en cada una de sus fugaces apariciones y la captura, por fin, a veces, en una red de palabras luminosas, exactas, palpitantes.” La poesía se manifiesta sólo a veces en una red de palabras exactas, advierte. Sin embargo, esa exactitud no se basa en la exclusión de posibilidades, sino en la diversidad de significados que convoca: “la poesía, al penetrar en la palabra, la descompone, la abre como un capullo a todos los matices de la significación”, dice el maestro Gorostiza.
“No sé lo que la poesía es”, señala en sus notas el autor de Muerte sin Fin y sin embargo, se aventura a enunciar que “la poesía es una investigación de ciertas esencias -el amor, la vida, la muerte, Dios -que se produce en un esfuerzo por quebrantar el lenguaje de tal manera que, haciéndolo más transparente, se pueda ver a través de él dentro de esas esencias”. Lo anterior viene a cuento porque he estado leyendo últimamente los poemas de Claudia Berrueto, y me han surgido dudas. Afortunadamente.
Licenciada en Letras Españolas por la Universidad Autónoma de Coahuila, Claudia ha sido becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas en 2005-2006 y becaria del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Coahuila en 2003-2004. Fue antologada en Pensar con los Ojos Abiertos (UA de C) y es colaboradora del colectivo lagunero Nit: Noche y Poesía. Ha publicado el poemario En el Fondo una Mantarraya (ed. Gota de Agua). Es promotora cultural en Saltillo. Sin hacer un análisis, es decir, sin destazar al gato en busca del maullido, señalo algunas impresiones que detonó en mí una colección de poemas que Claudia compartió conmigo cuando ambos éramos becarios en la Fundación para las Letras Mexicanas.
Ya que los textos están armados con palabras de uso frecuente -cucharas, sombreros, estrellas, árboles- cabría esperar de ellas una inofensiva claridad, un discurso directo que confirme las convenciones. No sucede así. Reinventados por la visión de la autora, los elementos se reconstruyen, recrean las relaciones que los ligan. En cuanto uno se asoma al poema surge la sospecha de que la escoba no es la escoba, el hambre no es el hambre, la espalda no es la espalda... se advierte el uso de este recurso para invitar al lector a intuir mundos más allá de la anécdota inmediata. Tras la duda inicial, en los poemas de Claudia arranca esa investigación de esencias que señala Gorostiza: la maternidad, la vida compartida, la presencia amenazante de la muerte.
Dejo a otros la clasificación precisa, la minuciosa disección de los vocablos, la labor de patrullar cuartillas en busca de sintaxis transgresoras. En vez de ello me detengo a celebrar que aún hoy, en plena tiranía de los por qué, hay quienes, como Claudia Berrueto, se dedican a armar redes de palabras. Celebro que en la búsqueda emprenden una investigación de esencias basada en el quebrantamiento del lenguaje, en sacarle todo el jugo a las palabras. Su trabajo nos recuerda que a veces la verdad más profunda es aquella a la que no podemos acceder. La que está siempre un paso más allá, donde las dudas caben. Comentarios: vicente_alfonso@yahoo.com.mx
