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El Síndrome de Esquilo

Vicente Alfonso

ROSALES Y RELÁMPAGOS

A pocos días de presentada, Iniciación en el Relámpago, novela de Saúl Rosales, casi ha agotado su primera edición. Este libro que tiene como escenario nuestra ciudad, ve la luz —por una feliz coincidencia— cuando Torreón cumple un siglo. Publicado por la UJED, es una gran lectura para los días que corren, pues allí la Comarca aparece de cuerpo entero. Quizá eso, sumado al respeto que despierta la pluma de Rosales, haya propiciado que el tiraje se agote con tal rapidez.

Decir que Iniciación… es una gran lectura es no decir mucho. ¿Qué define si un libro es bueno o malo? ¿El acomodo de verbos y adjetivos, las dosis de besos y balas? Rosales sabe que el uso de herramientas literarias se traduce en obras de mejor factura, y lo demuestra en su novela. Pero sabe también que el oficio de escritor no se agota en frases ingeniosas. “La gran literatura es grande —dice Mario Vargas Llosa—, no sólo por razones estrictamente literarias, sino porque en ella la sabiduría en el uso de las formas sirve para que en nosotros se produzcan cambios, no sólo como individuos amantes de la belleza literaria, sino como ciudadanos, como miembros de un conglomerado social”.

Un libro, entonces, es grande en la medida que detona en los lectores la necesidad de replantear su vida y la de su comunidad. Entre más preguntas siembra, entre más cimientos cimbra, es más necesario, está más vivo. Sin embargo, convencidos de la inutilidad de una literatura que cuestiona la sociedad en la que nace, proliferan los autores light, que teclean páginas incapaces de producir la comezón necesaria para observar el entorno. Los grandes títulos, como Iniciación en el Relámpago, son una catapulta hacia nosotros mismos.

La novela consigna la realidad brutal que enfrentan cientos de niños laguneros, miles de niños mexicanos, millones de niños en todo el mundo: la explotación. Damián se ve forzado a trabajar al concluir la primaria. En la tipográfica Maguncia vive varias iniciaciones a la vez: entra a la adolescencia, aprende a operar un linotipo, arranca en los descalabros del amor y del sexo. En trescientas treinta y cuatro páginas, Rosales retrata el Torreón de fines de los años cincuenta mientras observamos cómo la lucha ferrocarrilera avanza en otros puntos del país. Entramos a una ficción capaz de reemplazar a la vida misma, un simulador de la existencia con sus imperfecciones, sus despeñaderos de sueños, sus efímeros gozos.

Saúl no cede ante el anzuelo de crear obreros-buenos-abnegados y patrones-malos-egoístas. Sus personajes son complejos, contradictorios, con inquietudes y dudas propias de la realidad. La mejor manera de celebrar la aparición de esta novela es leerla, dejar que nos cambie. Ya que el primer tiraje de la novela está casi agotado, se me ocurre que un excelente regalo para Torreón sería promover una segunda edición hecha en la Comarca. Dejo sobre la mesa la propuesta. Comentarios:

vicente_alfonso@yahoo.com.mx

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