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El triunfo| Jaque Mate

Sergio Sarmiento

“Si tú piensas que puedes ganar, puedes ganar. La fe es necesaria para la victoria”.

William Hazlett

Parece imposible que el mismo equipo de futbol que hace unos cuantos días perdió 2-1 contra Honduras y los Estados Unidos, o que apenas pudo arrancar triunfos de 1-0 a Panamá y Guadalupe, se haya levantado este miércoles con un triunfo de 2-0 ante Brasil. Esto no hace sino recalcar algo que ya hemos visto en el pasado. La selección nacional juega mejor contra equipos buenos que contra los que son apenas mediocres o francamente malos. Estos últimos nos arrastran a su nivel.

La lógica no es difícil de encontrar. La selección mexicana tenía todo que perder y nada realmente que ganar en sus encuentros de la Copa de Oro, donde se le consideraba favorita a pesar del dominio que desde hace años el equipo nacional estadounidense ha mostrado ante el nuestro.

En el juego contra Brasil, en contraste, teníamos todo por ganar y nada que perder. Nadie en México se hubiera inquietado de una derrota del Tri ante la escuadra brasileña, ni siquiera por un abultado margen. Simplemente lo habríamos considerado como parte de un estado natural de cosas. Un triunfo mexicano de 2-0 como el que tuvo lugar iba más allá de las más optimistas de las expectativas. Pero al no tener nada que perder, los jugadores actuaron con más libertad sobre la cancha.

Por la forma en que jugó el equipo este miércoles, se advirtió también una mayor entrega que en los partidos de la Copa de Oro. Quizá en el entusiasmo haya pesado la falta de los jugadores que volvieron a Europa por un supuesto cansancio —Carlos Salcido, Ricardo Osorio y Pável Pardo—, de los que estaban lastimados —como Jared Borgetti y Andrés Guardado— y de los que no quisieron unirse de último momento al equipo —como el Kikín Fonseca—. El cuadro que finalmente pisó el césped del estadio de Puerto Ordaz era más joven y tenía más deseos de demostrar su valía. Nery Castillo, que fue este miércoles de la genialidad a un lamentable personalismo, estaba buscando mostrar que las decisiones previas de Hugo Sánchez de dejarlo en la banca —o, peor aún, en las gradas— habían estado equivocadas.

Habrá que tener cuidado, sin embargo, antes de echar las campanas al vuelo. El equipo brasileño al cual derrotaron los mexicanos acababa de conjuntarse. Muchos de sus jugadores venían llegando de Europa, cansados y afectados por el cambio de horario. Al contrario de los mexicanos, los brasileños no tenían mucho que ganar al enfrentarse a un equipo que se encuentra muy por debajo del suyo en todas las clasificaciones internacionales. La experiencia nos dice, además, que la verde-amarela tarda siempre algún tiempo en carburar al empezar un torneo. Si en los próximos días nos enfrentamos nuevamente a Brasil, ellos serán los favoritos y no nosotros.

Es positivo que ya el futbol mexicano se encuentre en un nivel que le permite obtener algunos triunfos ocasionales importantes como el de este miércoles. Pero mal haríamos en olvidar nuestras limitaciones. Después de la Copa de Oro, la FIFA colocó a la selección mexicana en el lugar número 26 del mundo. Estamos lejos del sexto puesto en el que la FIFA llegó a ubicarnos hace relativamente poco tiempo (cuando sus listas no tomaban en cuenta la categoría del rival al evaluar los resultados de los partidos). Ni somos tan buenos como sugeriría el triunfo frente a Brasil, que está en tercer puesto mundial en estos momentos, ni tan malos como podría uno pensar tras la derrota frente a Honduras, que está en el lugar 55.

Pero el punto es que no podremos mejorar definitivamente si no logramos establecer un procedimiento más sistemático de desarrollar jugadores de alto nivel. Estados Unidos nos ha rebasado, a pesar de tener un interés mucho menor en el balompié, porque sus universidades están organizadas como amplias y profundas canteras para el desarrollo de nuevos deportistas. Nosotros dependemos sólo del esfuerzo de unos cuantos clubes profesionales que mantienen equipos infantiles y juveniles sin prestarles mayor atención. Nunca hemos sabido usar las escuelas como proveedoras de talento para el deporte de alto rendimiento.

Es importante que tomemos medidas para corregir esto. El deporte de alto desempeño no es simplemente un lujo, sino un incentivo para infundir confianza en una nación. Por eso países tan disímiles como Estados Unidos y Cuba le dan tanta importancia. España y Argentina, por otra parte, son ejemplo de naciones que en los últimos años han impulsado la competitividad deportiva y sus resultados están claros en deportes tan diversos como el futbol y el tenis.

México debe impulsar de manera sistemática no sólo el deporte masivo en las escuelas sino también el de alto desempeño. No se trata de un simple gasto. Puede ser una buena inversión: no sólo porque los deportistas de alto rendimiento atraen patrocinios comerciales, sino porque la confianza nacional que generan permite producir triunfadores en otros campos.

REFORMA MIGRATORIA

El Senado estadounidense ha vuelto a detener la reforma migratoria. Es claro que los políticos de la Unión Americana le tienen más miedo a esa reforma que los ciudadanos, ya que éstos la apoyan en las encuestas. Lo peor de todo es que la migración es uno de esos problemas que no se pueden resolver simplemente porque los políticos lo ocultan. Los 12 millones de indocumentados no desaparecerán como por arte de magia, ni el medio millón de mexicanos que cada año cruza ilegalmente la frontera en busca de una mejor vida.

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