Se termina el verano y los que gustan de llevar cuentas, nos recuerdan que faltan menos de 30 días para el cumpleaños número 100 de nuestra querida ciudad (que en términos de ciudad equivale a algo así como a 5 o 7 años de un niño).
Pero el Centenario, contrario a la canción tan pegajosa que lo promueve, no se siente. En lo personal, me ha tocado escucharla únicamente tres veces: en dos eventos convocados por el Grupo OLA (laguneros radicados en Monterrey y que se interesan por promover a su terruño) y en la presentación de ocho corales infantiles auspiciada por instituciones educativas de la región, con el apoyo del Patronato del Centenario. Punto.
No existe el ambiente de anticipación característico de una gran fiesta. A no ser por esporádicos eventos, poco promovidos y realizados con mucho tiempo entre uno y otro, el Centenario no se ha sentido y éste será un verano como tantos otros; tal vez más llovedor, caluroso y húmedo que otros. Y un tanto triste porque el ánimo de los laguneros se encuentra empañado, diluído y desconcertado, por decir lo menos.
El Centenario de Torreón tan prometido y anunciado pasará sin mucha gloria y sí con cierta dosis de pena. En lugar del ánimo festivo, estamos frente a un panorama de incertidumbre, con grandes e importantes obras detenidas hasta que la Suprema Corte de Justicia de la Nación dictamine respecto a la “Controversia Constitucional” promovida por las autoridades municipales en contra del Gobierno del Estado. Y como la Suprema tiene seguramente un buen número de asuntos previos, puede que pase la fecha del Centenario y sigamos en las mismas.
Es que Torreón, aunque cumpla cien años, es muy joven. Imaginémosla como el pilón de una familia donde ya hay antes varios hijos mayores. Como ocurre con los benjamines, a su llegada cae en gracia el chiquilín; todo mundo le hace fiestas y cariños; vienen de todos lados a conocerlo; al pequeño le sobran mamás y papás; es el consentido. Entonces crece y se da cuenta de que cuando hay ropa nueva, siempre es para los hermanos mayores; a él le tocan los “gallos”; un poco harto de que los grandes siempre le estén diciendo qué y cómo hacer las cosas, se rebela y quiere demostrar que él solito puede, que no lo estén “mangoneando” y diciéndole lo que sí o no le está permitido. A veces, cuando hace berrinches, le ofrecen un dulce y se calma. Pero cuando se acuerda, le da coraje y reclama que a él nunca le hacen caso, que todo es para los grandes y que a él nunca lo toman en cuenta.
Así veo a Torreón y a nuestras autoridades locales en este momento.
La falta de experiencia política no puede suplirse solamente con buenas intenciones, mucho menos con orgullos personales lastimados porque cuando se es autoridad, se corre el riesgo de perjudicar a toda una sociedad. Las provocaciones disimuladas entre opositores partidistas son un viejo recurso en la práctica política; engancharse en ellas es un síntoma de falta de oficio. Pero más grave que todo esto es incitar nuevamente a la población, volviendo a polarizarla al grado de perder de vista las verdaderas necesidades de infraestructura, desarrollo y mejoras de una ciudad. Y lo que menos se perdona es que las autoridades, por mucho que lo sean, se lleven entre sus dimes y diretes, la sencilla y justificada ilusión de celebrar en grande y de forma colectiva los primeros cien años de Torreón.
Es triste ver cómo ha ido cambiando la personalidad de una sociedad admirada hace cincuenta, veinticinco años, por su empuje, dinamismo y solidaridad. Hasta parece que la práctica de la democracia ha hecho en los laguneros un efecto negativo porque no hemos aprendido a poner por delante el interés común y el bienestar general. No hemos aprendido a dejar atrás las pugnas electorales y a aceptar los resultados democráticamente. A nadie parece importarle demasiado, no digamos la “controversia constitucional” que nos tiene paralizada la construcción de obras importantes, sino que la relación entre las autoridades municipales y estatales esté escalando a alturas peligrosas, hasta llegar a un punto de no retorno. Ahora se ha extendido a los terrenos para la construcción del Centro Regional de Control de Crisis; lástima que aún no exista, pues ésta sería una ocasión de perlas para probarla.
¿Dónde están ahora “las mujeres o los hombres por Torreón?”
Ahora bien, la susodicha controversia constitucional, fue recibida por la Suprema Corte de Justicia de la Nación porque por Ley está obligada a recibir todas las demandas que se le presentan, (lo cual no significa que reciben unas y rechazan otras porque les parezcan interesantes o no). Está obligada a admitirlas, pero no a darles trámite. Ése es el primer paso; el segundo es decidir si se les da trámite o se las rechaza.
Por otro lado, dicen los que saben, que el Artículo 82 de la Constitución Estatal dispone que “son facultades del gobernador desconcentrar las funciones administrativas por razones de interés general” y en el Artículo 158 de la misma, se establece que “el municipalismo cooperativo e interdependiente tiene por objeto consolidar una relación permanente de colaboración constructiva, corresponsable y de ayuda mutua entre el estado y los municipios”.
Ambos artículos suenan bastante claros. Máxime sabiendo que las obras suspendidas por la Suprema Corte habían sido acordadas y aprobadas por autoridades del municipio y del estado.
Pero como bien sabemos, en México, en Coahuila, en este municipio o donde Usted quiera en este país, tenemos leyes muy claras y hermosísimas; el problema empieza a la hora de la interpretación. Y entre tanto, se acaba el verano y pasa el onomástico de Torreón, esperemos que los laguneros del futuro festejen los 200 años de nuestra jovencísima ciudad, con más serenidad y madurez; aunque es dudoso porque en términos de ciudad, tendrá el equivalente a 14 años, ¡un temible adolescente! …¡Lo que les espera!