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Ellas| Relatos de andar y ver

Ernesto Ramos Cobo

Ese viaje que hicimos es ahora como un espejismo, una fracción de tiempo detenida y difusa. Probablemente no ocurrió, nada fue cierto, mas prefiero aferrarme a la sospecha de que sí las vimos (que estuvimos frente a ellas) y que las dudas de ahora son trampas que nos pone la memoria. No sé qué ha pasado. Ahora intentamos recordarlas desde la nostalgia hasta que la noche silenciosa nos devora. Entonces dormimos vapuleados por el tiempo.

Creo recordar (difusamente) que tardamos algunos días en llegar a donde viven. Tuvimos que tomar un autobús nocturno, descender por las montañas y cruzar el Mar de Cortés en esa embarcación oxidada que quisimos como propia; incluso le arrojamos pan a las gaviotas que nos acompañaban. La perezosa y desértica península se acercó después a regalarnos el muelle. Bajamos con un rumor apresurado importándonos poco dónde pasar la noche. ¿Tú crees que las veamos?

Ignoro el nombre de esa playa donde pasamos algunos días. Recuerdo sólo clavándose en mi piel las uñas de las campanas de la iglesia y que tú despertabas lentamente y que te perdías silenciosa playa abajo. Caminando hermosa por la playa, solitaria y hermosa, la espuma del mar bañaba tus rodillas. ¿Recuerdas que esa noche, al llegar a la posada, de tu cuello se comenzaron a caer mis manos quietamente? ¿Recuerdas los lejanos ladridos nocturnos? Estábamos ya cerca. Y tú sólo hablabas de ellas y de la forma en que alimentan a sus crías.

Fuimos a verlas a una laguna azul de un horizonte alargado. En ese pequeño bote perseguimos sus confusas huellas durante el día entero, con la sensación de sumirnos a un tiempo íntimo y detenido, del cual ahora percibo su lejano esfumarse. Atardeció al regresar a tierra y tú sólo hablabas del color del cielo. La vastedad de la laguna permanecía allí, entre el desierto y el salar y las montañas de ese viaje concluyendo. Tuvimos todavía una noche de caricias, de sueño quieto, de paredes de adobe y por la mañana de viento. ¿Cuántas gaviotas alejaron su blancura de la cubierta del barco a nuestro regreso? ¿Dónde, en el pasado, habrá quedado ése nuestro viaje?

Recuerdo sus manos: blancas, en un equilibrio delgado, recargadas en la cubierta y jugando con un trozo de tela; recuerdo la península alejándose lentamente. Había a su alrededor sol y todos los soles y el mar y todo el color del océano dando giros sobre ella. Aún ahora las seguimos recordando por las noches. Aferrados juntos a las trampas que quisiera ponernos la memoria.

ramoscobo@hotmail.com

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