En el mundo de los niños las cosas son simples. Hay malos y buenos. Normalmente los buenos ganan las batallas, así les cueste la vida. Los malos pierden y desaparecen de la historia. Las decisiones éticas, de fondo, están resueltas de antemano. Eso facilita transitar por la trama sin mayores dilemas. Los malos son siempre malos y los buenos son siempre buenos. Un bueno nunca hace algo malo y viceversa. Todo está en blanco y negro. Pero resulta que la vida real no es tan sencilla. La complejidad es el reto.
El problema con las historias maniqueas, de malos y buenos, es que se venden muy bien, también entre adultos. En 2006 las campañas inyectaron una enorme cantidad de veneno. Los ricos contra los pobres, los ladrones y saqueadores contra virginales defensores de lo popular, los “vende patrias” contra los nacionalistas, etc. En esa versión todo se resume a unos cuantos nombres: Slim, Azcárraga, Salinas Pliego, Salinas de Gortari, Zambrano, Roberto Hernández, si ellos no estuvieran en éste mundo, en éste país, México estaría cercano al Edén. El problema es que México no cabe en una historia de niños. Nadie va a desaparecer. Todos vamos a seguir aquí y más vale que aprendamos a convivir en paz. Hay algunos temas en los cuales la versión blanco y negro es verdaderamente lamentable.
La economía es como un ser vivo, va cambiando en el tiempo y siempre está expuesta a una enfermedad y a una deformación. Los oligopolios y los monopolios son fenómenos recurrentes y muy nocivos para las economías de mercado. La productividad sale dañada y, al final del día, la ausencia de competidores eleva los precios. Eso hiere severamente al consumidor. En todas las economías de mercado respetables hay mecanismos antimonopolio. Se sabe que nunca habrá una condición de competencia perfecta que impida la formación de oligopolios y monopolios. De Rockefeller a Bill Gates, la lista es larga, nunca termina.
¿Por qué surgen los monopolios? Por una deficiente regulación, sí. Pero también por descubrimientos o cambios tecnológicos: la aspirina o el software son ejemplos típicos. Quienes detentan oligopolios o monopolios no son delincuentes de origen. Eso no existe. Con frecuencia es su exitosa actividad empresarial la que los lleva al default. Ahí el dilema original: en todo mercado existe la posibilidad potencial de la deformación. Por un lado el éxito empresarial es algo deseable socialmente: también lo es la innovación e incluso la agresividad. Pero las consecuencias últimas pueden ser perjudiciales. Para eso está el estado, para regular los excesos y fomentar mayor justicia social. Por el mismo principio se grava más a quien más ingresa. Tener ingresos altos no es un delito, de hecho se hace todo lo posible por incrementar dichos ingresos. Conquistar mercados tampoco es un delito, pero en el exceso el estado debe marcar los límites para mantener los territorios abiertos a nuevos competidores.
El hecho es que no se puede calificar de villanos nacionales a los empresarios que buscan el predominio o control de un mercado. Hacerlo está en la naturaleza misma de su actividad. El manejo del acero, la telefonía, la computación popular, muchos avances tecnológicos han generado oligopolios o monopolios. México padece de este mal, sobre todo en telecomunicaciones, cemento y por supuesto energéticos. Hay que remediarlo y eso se llevará tiempo y sólo puede ser solucionado escapando de la historia en blanco y negro.
La llamada “Ley Televisa” cuya constitucionalidad hoy se discute en la Suprema Corte es el producto de una arbitrariedad de Fox y de los legisladores. Su impertinencia no podría ser mayor. Aprobarla al vapor, en pleno proceso electoral, encrespó los ánimos. Contiene aspectos muy lesivos para los medios independientes y sin fines comerciales. Pero también contiene algunos avances como podría ser no regresar al otorgamiento discrecional de las concesiones que inhibe la independencia de los medios y fomenta brutalmente la corrupción. No hay blanco y negro. La pluralidad política del México actual en parte se explica por una fórmula que permitió libertades.
La Corte está haciendo su trabajo y por supuesto sus decisiones no han salido en blanco y negro. Mucho me temo que al terminar la revisión no habrá sangre, ni patíbulo, porque no debe haberlo. Los grandes señores de las televisoras y radiodifusoras seguirán circulando por éste país y quizá la nueva reglamentación fomente un mercado más competitivo y abierto. Eso es lo deseable. El mayor problema es de expectativas. Para algunos el país se juega un cara o cruz. Si la inconstitucionalidad se pierde ninguna institución vale. Falso. Si la Ley prevalece entonces querrá decir que México está en manos de un puñado de personas que todo lo controlan a favor de la derecha. Y entonces ¿cómo explicar que la izquierda estuviera a punto de ganar la Presidencia? Algo no cuadra.
El problema de la historia en blanco y negro es que nunca deja satisfecho a nadie. Ni los villanos son tan villanos ni los santos tan santos. Si lo que algunos desean es ver las cabezas colgadas de un grupo de personajes que llenan el estereotipo del villano, me temo que se van a quedar con las ganas. Es una buena noticia. En una democracia, en un Estado de Derecho los patíbulos no deben existir. Los oligopolios y monopolios son odiosos y dañinos, sí. Pero más dañino es querer someter al Estado de Derecho a una particular idea de justicia.
Por supuesto que esa realidad irrita a muchos, pero en una democracia verdadera no puede haber villanos definidos de entrada. Eso sólo ocurre en los cuentos de niños.