Angélica siempre tuvo novios de ‘manita sudada’.
Fue una charla de amigos y como tal se habló de todo. Angélica María no se cuidó la boca. La confianza y la amistad derrumbó las barreras que podrían haber surgido aquella tarde en su residencia de las Lomas de Chapultepec, donde, por cierto, ha vivido toda su vida.
La apertura espontánea y sincera de La Novia de México, dejó al descubierto lo que ha nutrido, fortalecido y enriquecido a tan bello ser humano.
Recuerda bien a su progenitor, Arnie Hartman, famoso acordeonista.
“Era un genio y tocaba precioso. Mis padres se enamoraron en México pero se fueron a Los Ángeles, California, a vivir y contraer nupcias. Un año después nací yo en Nueva Orleáns”.
Angélica Ortiz, la mamá de Angélica, tenía gran sentido del humor, “sí, bromeaba recordando que mi padre no hablaba nada de español y ella nada de inglés, a pesar de todo se enamoraron. Al aprender cada uno el otro idioma, se divorciaron”.
La actriz suelta enorme carcajada, desparramándola por toda la estancia. Ahogándose de risa insiste: “Comprendieron que no eran el uno para el otro”. Hija y madre se vinieron a México a vivir con los abuelos de la artista. A los cinco años de edad, Angélica se volvió actriz, pero no fue novedad para ella, “no, desde que tuve uso de razón actuaba frente a los espejos, disfrazada con los zapatos o chanclas de mamá, las pulseras de mi abuelita y las pieles de mi tía Yoli. Cantaba y bailaba, ser actriz era mi destino”.
A esa edad tuvo su primer novio, “un compañerito del kinder”.
Niño afeminado
Debutó en la cinta Pecado, como Miguelito, hijo de Zully Moreno y Roberto Cañedo. “Me cortaron el pelo, me pusieron una camisita y pantalón de tirantes. Tal vez parecía un niño afeminado”.
Su trabajo fílmico, a pesar de su corta edad, se multiplicó, pero ella acepta que su infancia no se vio afectada, “al contrario: la disfruté muchísimo. Jugaba a actuar junto con mis muñecas y mis amigos”.
Afirma que no descuidó sus estudios, “aunque a veces, por los rodajes, dejaba de ir más de un mes a clases y pedía apuntes y me ponía al corriente. Cursé y pasé todos los años escolares. Fui una niña normal”.
Casi normal, debe decirse, pues a los 10 años se convirtió en destacada actriz de teatro, “sí, hice entonces La mala semilla, con Rita Macedo, y gané el premio a Mejor Actriz Infantil”.
Estaba entrando a la adolescencia, “me encontraba en pleno cambio físico, mi busto estaba creciendo, pero aún era una niña. Fue horrible. Tuve que retirarme del cine y seguí mis estudios. De pronto, un día llamó Manolo Fábregas para llevarme en El canto de la cigarra. Mi personaje tenía 18 años y yo 15. Fue un reto, siempre fui muy aniñada”.
La intérprete de “Eddy, Eddy”, hit de los 60, arrastró a su mamá al cine: “Después de mis primeras cinco películas, se volvió productora”.
Niña buena e ingenua
-¿Y qué tal la Angélica adolescente?
-Pues fíjate que no fui una chica desubicada o conflictiva. Correr autos fue mi única loquera. Fui muy amiga de los hermanos Rodríguez. No me maté, porque Dios es grande. Entre los 15 y 16 años concurría a muchos lugares, pero seguía filmando. ¡Bueno! hasta me volví novia de mi ídolo: Enrique Guzmán.
Nuestro noviazgo acabó porque estábamos muy jovencitos. Además, yo era una niña buena e ingenua a la que besuqueaba nada más y se iba con las “niñas malas” para hacer lo que no podía conmigo. No sabía por qué las prefería. Más tarde lo entendí.
La actriz sabe que su adolescencia se alargó más de lo normal, “mi vida sexual comenzó después. No fui una chica común. Eso sí, me di una enamoradota de José Agustín (el escritor). Fue un embelesamiento brutal, sin medida. No diré más, porque no se trata de contar mis intimidades ¿verdad?, ¿o sí?”
La risotada de Angélica no se hace esperar. Retoma la charla: “Nos enamoramos sí, y fuerte. Como idiotas. Lo peor, él estaba casado”. En ese tiempo ambos filmaron la cinta Cinco de chocolate y uno de fresa.
-Ni imaginar ¡lo qué diría doña Angélica Ortiz!
-Te equivocas, ella también estaba encantada con José Agustín, quien era un geniecito.
Hasta lesbiana
El medio artístico, asegura, tampoco afectó su juventud, “aunque algunos de mis compañeros de escuela se burlaban. Otros me admiraban”.
Jura que no se sentía más que nadie, “aunque un día, a los diez años mi mamá me dijo: ‘¡Óyeme no! Tú eres igualita a cualquier otra niña. Tienes un don pero debes tener los pies en el suelo’. ¡Ah, chihuahua!, dije, debe ser importante no perder el piso. Mi mamá me controló invariablemente”.
Contra lo que se pensaba, en el plano sentimental doña Angélica Ortiz le dio plena libertad, “desde luego, aunque mucho se dijo que no me dejaba casar... se dicen tantas cosas, ¡hasta lesbiana me llamaron!”
“No salía con productores ni con nadie. Muchas compañeras sí lo hacían y claro, se acostaban con ellos”.
Lógico, el proceder de la protagonista de Gigí y Marat Sade, pues ella y su progenitora fueron “cómplices” más que madre e hija, “como actualmente mi hija y yo”.
Fueron muchas sus relaciones amorosas, “con Héctor Bonilla, maravilloso y talentosísimo; lo intenté con Fernando Luján, era lindo y adorable, pero estaba casado”.
Sus noviazgos de entonces fueron de manita sudada, “nunca pensados para casarme. No eran lo que yo deseaba. Se ponían el trajecito de Superman y les quedaba grande. Todos inmaduros, entre ellos Enrique Guzmán, lo sigue siendo todavía. Está igual de chiflado. ¿Cómo tener hijos con él? ¿Cómo dejarlo todo por él?”.
Raúl Vale, la desilusión
Sólo Raúl Vale le cambió la vida a Angélica María, “lo conocí a insistencia de mi mamá. Me llevó a ver su show, cosa que me resistía a hacer. Me enamoré en el acto y me prometí casarme con él”.
“Todo mundo estuvo en contra. Nuestra labor artística la hacíamos juntos y comenzaron a decir que él era un mantenido. Nunca hubo celos profesionales”, pero vino la separación.
“Raúl hubiera querido que yo dejara la carrera. Cuando se iba de gira, decía que me extrañaba, pero siempre tenía a su lado otras chamaconas. Era muy coscolino. Nunca imaginé que fuera así. Me desilusionó y nos mandamos al diablo. Nos dejamos de ver un tiempo, luego nos volvimos buenos amigos, siempre lo querré. Cuando me enteré de lo de Arlette Pacheco, llevaban ya siete años”.
Reconoce que su hija sufrió mucho el divorcio. Dos años dejó de hablarle a su padre, limaron asperezas y se volvieron los mejores amigos”.
Hoy, Angélica tiene otras ilusiones. Una, convertirse en abuela: “Me muero de ganas de serlo”. Tanto, dice, que le aconseja a Angeliquita tener un bebé, aunque sea madre soltera.
“Yo te lo cuido, le digo. Ella prefiere esperar hasta encontrar al hombre ideal. Se niega a tener un hijo sin padre, es la buena educación. A mí me urge tener nietos”.
Lo que más le ha marcado en la vida ha sido “el nacimiento de mi hija y la muerte de mi madre. Fue un golpe tremendo. Se tenía que ir tal vez para que mi hija y yo maduráramos”.
Angélica María tampoco está preparada para dejar este mundo. “No, todavía no quiero morir. Quiero conocer a mis nietos, sobre todo Angélica sufriría menos mi partida”.
No hace mucho le diagnosticaron cáncer. “Un tumor pequeño, tiempo en que se logra vencer a la enfermedad. No tuve que someterme a quimioterapias. Con tratamiento sané. Hoy estoy tranquila, aunque sobre la muerte no sabemos nada con certeza. Ojalá me muera muy ancianita”.
¿Apestada?
Angélica María acepta que a lo largo de su vida ha llorado mucho, “lo he hecho por todo. De joven, oyendo a Nat King Cole me conmovía hasta las lágrimas. Lloro por la soledad en que vivo, es terrible. Me pega fuerte. Llevo 16 años sola. Quiero encontrar una nueva y sólida pareja, pero no se me acerca ningún pretendiente. ¿Estaré apestada?”
Piensa que a los hombres “no les agradan las mujeres famosas. Juro que dejaría todo si me encontrara a un compañero, pero si no tengo que dejar mi carrera, para lo que nací, qué mejor. También lloro por mis amigos que se ha llevado el sida; por mis familiares fallecidos, por mi madre, especialmente. Soy muy chillona”.
“También chillo con Pedro Infante y El Torito, pero igual que chillo me carcajeo. Sí, he sufrido y llorado bastante, especialmente por tantos desengaños padecidos y desilusiones vividas, pero también he sido inmensamente feliz”.