Hay momentos en los que parece que el planeta girara al revés, en los que somos víctimas de una ilusión colectiva, en los que la deliciosa historia que perfuma nuestra memoria nos empuja como por dentro de un túnel que nos lleva lentamente a vivir el terror de esos capítulos que quisiéramos pasar por alto, que quisiéramos reescribir y que utópicamente recurrimos a ellos con el ilusorio fin de no construir sobre errores.
Un país, la nación más poblada del planeta “Mil 300 millones de habitantes”, una nación cuya economía crece al 12 por ciento anual, la misma que toman como ejemplo muchos gobiernos al trazar sus planes de desarrollo, en donde un día de esos que preferimos olvidar, sale frente a la opinión publica un ministro del Gobierno a decir “que en un país con esta cantidad de habitantes el concepto de derechos humanos no es igual al de occidente u otros lugares”.
China, que se encuentra en plena preparación para celebrar los juegos olímpicos y que está próxima a presumir ante la ONU los excelentes resultados en economía, educación ciencia y tecnología, nos dio también una no muy grata sorpresa cuando esta semana nos mostró uno de los miles casos de esclavitud que abundan en su territorio, según denuncian organizaciones de derechos humanos que trabajan en República Popular, atrocidades propias de otro siglo y otro momento histórico, la opinión pública presenció el rescate de 31 esclavos, literalmente esclavos, que se encontraban en una fábrica de ladrillos, donde no contentos con el maltrato físico y sicológico eran presos de tan degradantes actos que conducían a la muerte.
Algunos periodistas testigos del caso comentaron cosas como que estos hombres habían permanecido más de un año encerrados, forzados a trabajar 20 horas diarias sin pago alguno y a base, también literalmente de pan y agua. La Policía los liberó a finales de mayo en las afueras de Linden, en la provincia de Shanxi. La noticia de la liberación fue denunciada por el diario Shanxi Evening Post, que explicó que “ocho de los hombres rescatados estaban tan traumatizados que apenas recordaban sus nombres”.
Por ahora siguen viviendo en la fábrica, a la espera de que las autoridades averigüen sus lugares de procedencia y les consigan los salarios adeudados. La compañía en la que estaban encerrados fabricaba ladrillos. Las quemaduras que tienen todos son resultado de caminar descalzos por el horno y cargar ladrillos sin enfriar, uno de los esclavos fue asesinado a martillazos por no trabajar con diligencia. Perros y matones los vigilaban día y noche para impedir que escaparan. Estaban tan sucios que “la mugre podía rascarse con un cuchillo”, señala el diario.
Lo peor del caso es que esta fábrica carecía de permiso y resulta que también en China, como dijo el poeta “se ve llorar el cielo” la mencionada fábrica o centro contemporáneo de esclavitud pertenece a Wang Binbin, hijo del secretario local del Partido Comunista Chino.
Algo muy desconcertante es el hecho que denuncian algunos activistas y organizaciones pro-defensa de los derechos humanos, quienes fueron categóricos en algunas entrevistas publicadas en diarios europeos, donde aseguran que casos como éste hay por cientos en China, donde no sólo la esclavitud es el pan de cada día, también va de la mano con el maltrato y la explotación infantil que realizan algunas maquilas donde niños menores de 14 años laboran por un salario promedio de 13 dólares “mensuales”.
Sin duda alguna hay lugares del planeta donde la historia no sólo se repite en un constante repicar de campanas sino que cada vez se vuelve más cruel, más difícil de creer.
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