EL UNIVERSAL
CULIACÁN, Sinaloa.- Sólo en un lugar como las partes altas de la sierra de Badiraguato, un municipio a una hora de distancia de Culiacán, se pueden encontrar cuatro variedades diferentes de amapola: la de pétalos rojos que es la más común; la de un matiz violeta; la rosa y la blanca. Conocer la estructura química de cada una y el potencial de rendimiento en morfina en función del tamaño de sus bulbos era parte de un proyecto de investigación que en el año 2004 el Gobierno Federal decidió suspender.
No importó que la Embajada de Estados Unidos en México apoyara con equipo, había donado por aquel tiempo un cromatógrafo de líquidos -con un valor de más de 100 mil dólares en el mercado- cuya función era analizar todo tipo de sustancias en las plantas, ni tampoco que la ONU financiara la estancia en Sinaloa de una investigadora estadounidense, la doctora Mary C. Accuk, para que encabezara el proyecto.
La especialista, que en los años 2001 y 2003 había realizado una investigación similar con amapola producida en los campos de Birmania, Tailandia y Laos, buscaba precisar el rendimiento de cada hectárea sembrada de la planta en México. Su método consistía en que cada bulbo se cortaba desde su base, se medía altura, su diámetro y después se pesaba. Se le realizaban unos rayados para estimar el rendimiento de opio y se sometía a un análisis de sus compuestos con apoyo del cromatógrafo.
Este método fue la base para cuestionar que, si por cada hectárea de amapola sembrada se estima se obtienen 11 kilos de opio, el resultado se podría triplicar es decir que podría llegar a más de 30 kilos por cada diez mil metros cuadrados de siembra. El dato no estaba distante de lo que la especialista había obtenido en los países del sudeste asiático donde Tailandia produce 40 kilos por hectárea, Laos 50 y Birmania 60.
Pero el programa se detuvo y más de dos años después, el equipo luce abandonado en las instalaciones de la subdirección de estudios y desarrollo, un área que depende de la dirección general de erradicación de plantíos de la Procuraduría General de la República (PGR) en cuyo hangar del aeropuerto de Culiacán está instalado el laboratorio.
En este espacio, contiguo a la base aérea militar, también se intentó poner en marcha un proyecto para buscar descifrar la ?huella digital? de la marihuana que se decomisa en el país. Se trataba de realizar un registro del tipo de tierra en los estados de la República Mexicana donde se siembra esta droga. Era un estudio genético sobre la planta que por su composición ayudaría a determinar su origen geográfico, es decir, si la planta decomisada provenía de sembradíos localizados en Guerrero, Oaxaca, Sinaloa, Chihuahua o Durango.
El laboratorio, instalado hace más de 15 años en Culiacán, fue desarrollado con tecnología de punta desde el sexenio de Carlos Salinas (1988-1994). Su ubicación en la capital sinaloense se debió a que la zona serrana que colinda con los estados de Chihuahua y Durango, conocida como ?el triángulo dorado?, es prolífica por su tipo de tierra para la siembra de droga y por ende para la investigación. Son suelos arenosos, mezclados con arcilla, la altura, la humedad y el clima durante el año hacen que las condiciones del cultivo sean determinantes en el rendimiento tanto de goma de opio como de marihuana, explican especialistas del laboratorio.
En esta región se ha detectado desde hace varios años, siempre antes que en cualquier otro sitio en cualquier parte del país, la introducción de variedades mejoradas de la planta de marihuana o de coloraciones diferentes en las hojas de amapola. Y ha sido con investigación del laboratorio, un centro que al igual que otras áreas dedicadas a la erradicación, se encuentra paralizado por tercer mes consecutivo desde el inicio de la actual gestión en la PGR.
Anecdotario en el terreno
Era julio de 1983 cuando el equipo de navegantes de la PGR encontró dentro de unas cañadas del ?triángulo dorado? un tipo de planta de marihuana que no tenía la dimensión ni composición de otras. Se sabía de las conocidas como ?criolla? y ?golden? o ?dorada? como ejemplares que se sembraban en la sierra sinaloense desde los años cuarenta y cincuenta. Pero a partir de los años ochenta comenzaron a aparecer variedades con un ciclo de siembra y cosecha que podía ser de setenta días, en lugar de los 120 que duraba la sembrada en temporal de lluvias.
Fue el primer elemento para identificar marihuana con modificaciones en su estructura molecular que permitía cosechas en menor tiempo sin que mermara su calidad. Entonces aparecieron plantas mejoradas a las que se les conoció como ?tailandesa?, ?índica? y ?colombiana? sembradas en zonas altas donde el relive del terreno hacía que una incursión por tierra fuera más difícil para destruirlas que hacerlo por aire.
Fumigar este tipo de plantas, sembradas en lo profundo de las cañadas húmedas de municipios como Badiraguato en Sinaloa o Guadalupe y Calvo en Chihuahua, implicó varios años en desarrollar un tipo de herbicida adecuado a la naturaleza de la planta. Avanzar en esta técnica, experimentar en terreno sin que el nivel de toxicidad afectara al personal que trabajaba con ellos, hizo que el equipo de biólogos, agrónomos, químicos y otros especialistas que desde hace más de una década laboran para la PGR en Culiacán alcanzara un nivel de efectividad reconocido por Estados Unidos y la Organización de las Naciones Unidas.
Hoy en día, con el equipo aéreo detenido en tierra y en la incertidumbre laboral al desconocerse la situación en que quedará el área de erradicación a la cual está adscrito el laboratorio, las investigaciones están paradas mientras en la sierra los cultivadores de amapola levantan su segunda cosecha y se preparan para sembrar la primera de marihuana en el año.
Son poco más de 30 personas las que acuden a firmar al hangar de la PGR en el aeropuerto de la capital sinaloense a la espera de instrucciones. En lo que éstas llegan, comentan algo de lo que han sido estos últimos 18 años de labor ininterrumpida dentro de un periplo interrumpido desde noviembre pasado.
?¿Cuánto cuesta derribar una nave de la PGR??, pregunta un navegante con varios sexenios de experiencia. Él mismo responde que hace algunos años por la frecuencia de radio pudieron escuchar a un grupo de narcotraficantes cómo cotizaban en la zona serrana de Chihuahua cada aeronave derribada. ?Aquí se nos dispara poco, a diferencia de la sierra de Guerrero, pero sí se nos dispara, en promedio un par de ocasiones por año. Cuando atacan todos le tiran al piloto, una vez escuchamos que por radio decían: ?el mono tiene precio?. Si matan un piloto y cae la nave decían que eso cuesta 250 mil pesos para quien lo haga. Y si cae la máquina sin que le pase nada al piloto, son 150 mil. Si sólo se le pega a la máquina pero queda operativa, logra salir de la zona beligerante y queda fuera varias semanas en lo que la reparan, son 75 mil?.
Algunos de los pilotos, navegantes y mecánicos ironizan con los operativos que se llevan por estos días a cabo para destruir de manera manual sembradíos de marihuana los cuales, aseguran, se realizan cuando ya se dio la mayor parte de la cosecha.