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‘En el agua hay varios cuerpos’

Pobladores de Juan de Grijalva buscan a sus familiares y conocidos entre los restos de sus casas. (El Universal)

Pobladores de Juan de Grijalva buscan a sus familiares y conocidos entre los restos de sus casas. (El Universal)

El Universal

Lamentan pobladores de Juan de Grijalva no tener madera para construir ataúdes.

Por la angosta carretera que lleva a Playa Larga, poblado al que en lancha se llega a la zona del desastre en una hora, Celia Ruiz caminaba en busca de noticias de su hermano Miguel. No lo encuentran por ningún lado, después de que una ola provocada por un derrumbe borró del cuadro al pueblo de Juan de Grijalva.

Son las seis de la mañana y en la cabecera municipal de Ostuacán los mensajes por banda civil provienen de quienes preguntan por sus desaparecidos. Mientras que a 50 kilómetros de ahí, varios pobladores envueltos en la niebla se alistaban para recorrer las aguas en busca de cuerpos.

Aún es muy temprano y la niebla impide a los helicópteros sobrevolar. El Ejército mexicano recorre los cerros para ubicar más habitantes y trasladarlos a los albergues.

En medio del lodo yace una libreta de catecismo y en ella aparece una lista con los nombres de los evangelizadores adventistas del pueblo de Juan de Grijalva, comunidad arrasada por el desgajamiento de un cerro el domingo.

“Ella salió con nosotros; ésta otra tiene una niñita que se le quebró la cabecita; a él y su esposa decimos que ya no existen, vivían allá abajo, a esa hora ellos ya estaban durmiendo”, relata Víctor Sánchez, uno de los sobrevivientes, quien da detalles de los nombres de la lista, todos ellos sus conocidos pues era el responsable del centro de salud.

Algunos salvaron la vida, otros quedaron sepultados por miles de toneladas del fango que se generó por el desgajamiento del cerro en Juan de Grijalva, en donde ahora sólo queda en pie la base del asta bandera de la escuela.

“A José Manuel Herrera lo atendíamos en el centro de salud porque se quebró una ‘pata’... pero se vino el cerro y lo ‘jallamos’ (hallamos) más tarde allá -señala-, atorado en el árbol, pero no se murió... ahorita ya está a salvo gracias a Dios, dice que el agua lo subió y lo bajó, quedó desnudo, el agua le quitó la ropa”, cuenta en su relato.

Muchos, un número aún sin precisar de los habitantes de este pueblo ribereño que compartían una ladera de la montaña, ya se encuentran en un albergue. En el pueblo quedan sólo dos hombres que atestiguan la llegada del presidente Felipe Calderón, quien recorrió la zona y escuchó los testimonios de quienes corrieron y corrieron de noche hacia la montaña para no ser arrastrados por la ola de agua y lodo.

Samuel Sánchez le platicó a Calderón: “Yo perdí mi camioneta, se la arrastró el lodo... pero el río también se llevó a mi padre... nomás a mi madre la pude sacar”, y se le quiebra la voz. Sin embargo. se hace el fuerte y le dice al mandatario: “yo te conocí en tu campaña, te puedo comprobar que te apoyé, fui tu coordinador, sinceramente te voy a decir, Felipe, aquí tengo mi credencial”, y saca de su cartera la tarjeta que lo identifica como panista. “Lo hice por convicción de tener un presidente con el corazón en la mano, este es el momento en el que necesitamos de ti”.

Calderón le responde: “Les vamos a echar la mano, muy comprometido, independientemente del apoyo que te agradezco... gracias”.

Perdió a toda su familia

El caso de Salomón Ruiz es aún más triste, perdió a cinco familiares entre sus papás, hermanos y sobrinos. Con sus botas de hule permanece serio con la mirada hacia el enorme dique que ahora se levanta en el recodo que hace el Grijalva en la zona alta.

Por el suelo hay ropa hecha jirones, pedazos de trastes, postes de luz torcidos por una fuerza sobrehumana que deja ver su esqueleto de varillas y, a la distancia, una casa torcida que aguantó el arrastre de varias decenas de metros, pero que no sucumbió al deslave.

Aunque ya no vive nadie en Juan de Grijalva, llegó una tonelada de agua -así la mide el secretario de Marina- y una tonelada de alimentos. Éstas son para otras comunidades que, al cerrarse el río, no tienen cómo llegar al otro lado, pues el único medio de transporte son los cayucos.

Merodean por el lugar los parientes, los amigos, los compadres que viven en otras rancherías y que llegaron a buscar a algún conocido, pero sólo les queda observar. Nada se puede hacer sin maquinaria pesada o equipo especializado para intentar localizar a los que aún están perdidos.

A la distancia se ve una balsa de goma en donde un par de buzos de Protección Civil de Guanajuato se sumergen en las aguas ocres del río e intentan localizar algún cuerpo.

La demanda sólo es una en el albergue de los sobrevivientes en donde Calderón escucha llantos e intenta apaciguar la tristeza: Que se recuperen los cuerpos de los familiares, sólo quieren darles un entierro digno. Calderón y el gobernador Juan Sabines se comprometen a ello, aunque la tarea se calcula titánica.

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Escrito en: Derrumbe

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