En el desierto del sureste de Caohuila el futuro no es prometedor para los niños y jóvenes que habitan en los ejidos.
La única opción que tienen los campesinos para ganar dinero en el desierto del sureste de Coahuila está en el tallado de la lechuguilla.
El Siglo de Torreón
Las alternativas de sobrevivencia en el desierto del sureste de Coahuila se extinguen a una velocidad preocupante.
La escasez de agua y alimento se conjugan con la miseria y el analfabetismo para poner a prueba todos los días a quienes todavía no han optado por emigrar a ciudades como Saltillo o, en la mayoría de los casos, como indocumentados a Estados Unidos.
El ejido Pilar de Richardson es claro ejemplo de que las políticas gubernamentales históricamente no han funcionado ya no para mejorar la calidad de vida de los niños y ancianos que ahí habitan, sino al menos para garantizar su sostenimiento.
“El campo es muy duro, oiga. Duro que es el campo. En el campo ya no se mantiene uno”, cuenta don Ausencio Gámez González, un campesino de 72 años de edad.
Aquí la única opción que los campesinos tienen para ganar dinero y llevar algo de comer a sus familias está en el tallado de la lechuguilla, de donde extraen la fibra de ixtle que se comercializa para innumerable cantidad de productos: desde escobas y cepillos de limpieza, hasta bolsas de mano y figuras artesanales.
Don Ausencio ha dedicado toda su vida a esta tarea que consiste en invertir uno o hasta dos días a la semana en internarse en el desierto para recolectar las plantas de lechuguilla que pululan en esta zona del país.
Luego las plantas recolectadas se tallan ya sea mediante el sistema automatizado con las máquinas que el ejido consiguió de parte de Unión Nacional de Trabajadores Agrícolas o a través del mecanismo tradicional que consiste en sacar la fibra con las manos y con la ayuda de una pulla de madera.
Don Ausencio recuerda que de joven pensaba heredar el oficio a sus hijos, pero ante la debacle en el precio de la fibra de ixtle y las dificultades para comercializarlo, aceptó gustoso la idea de que los muchachos emigraran para buscar mejores condiciones de vida y alejarse de la miseria del lugar.
Ante el fracaso de la comercializadora colectiva que fundaron campesinos de todo el sureste de Coahuila y del norte de San Luis Potosí y Zacatecas, llamada La Forestal, los “coyotes” aprovechan para comprar a los productores el ixtle al precio que consideren conveniente.
Actualmente el kilo de la fibra la pagan a los campesinos a siete pesos y el frío o la lluvia, que hace imposible el tallado, en ocasiones contribuyen a la mala suerte de los productores para que sólo consigan tallar entre ocho y diez kilos por semana.
Lo anterior limita a los campesinos a tener ingresos económicos semanales hasta de menos de cien pesos.
“A veces no hay ni para comer. A veces nos la pasamos muy mal”, cuenta la señora Juana Martínez Castro, esposa de don Ausencio.
“Mi esposo va y recolecta la lechuguilla, luego la talla y yo le ayudo a ir a vender el ixtle para sacar dinero, pero a veces no sale para nada, ni para comer”, asegura.