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En las selvas urbanas...| Hora cero

Roberto Orozco Melo

Los peatones se angustian por que es difícil y conflictivo su caminar en las calles céntricas de las ciudades más pobladas de Coahuila o atravesar en los cruces de los bulevares y calzadas de la periferia urbana, no se diga cerca de los distribuidores viales de moda. En los semáforos no existen luces ni flechas para el tránsito pedestre, Cada persona se juega la existencia para cruzarlos. En el vórtice de su desesperación, ellas preguntan: ¿Qué garantías de tránsito tenemos quienes carecemos de automóvil?..

Así afirman su derecho a conocer quienes son los responsables de su seguridad en la temeraria aventura de caminar por las calles, atravesar cruceros o enfrentar cualquier otro riesgo de la vía pública, En la intrincada realidad urbana todos, peatones y automovilistas, podemos ser víctimas o victimarios.

Los automovilistas lanzamos preguntas a la nada cuando los choferes de autobuses urbanos se cruzan de carril; cuando impiden nuestro paso para meter la trompa de su armatoste en un pequeño espacio entre ellos y el automóvil de adelante; cuando los choferes juegan “carreritas” y crispan los nervios de los automovilistas que contemplan cómo los operadores de sendas unidades de la misma línea se emparejan a echarse “un chal” en lo que fuman un cigarrillo, sin fijarse en que detienen el fluir del tráfico y cuando éstos, en respuesta al enojo de los conductores de autos, sacan su brazo por la ventanilla, cierran su mano izquierda y hacen una seña insultante con el dedo cordial, que así nada tiene de cordialidad.

Es entonces cuando los conductores de automóviles cuestionan al insondable hado de nuestro destino, pues ¿a quién más podrían apelar en tales circunstancias?.. ¿Qué los vehículos de servicio público no deben circular siempre en el carril de la derecha? ¿Dónde habrá un agente de tránsito para quejarme? ¿Para qué son los motociclistas sino para entrar en acción cuando se suscitan emergencias?

No obstante los operadores del servicio de transporte público también sufren las penas de Caín, pues no son los únicos mal educados de la vía pública. Se quejan y preguntan, como todos hacemos: Bueno, ¿pero qué demonios hacen los centenares de agentes de tránsito que existen en la ciudad? ¿Por qué diablos no hay uno solo que imponga el orden en la calle ante la presencia de tanto camión materialista que no sólo estorba la vía pública sino también la ensucia? ¡Es del demontre que disimulen la entrada a las calles céntricas de poderosos camiones con doble caja para entregar mercancías en horas hábiles!

Luego se escucha en las calles el apremiante y ominoso ulular de las ambulancias: Una prudente señora de edad en plenitud que conduce un sedán no contiene pronunciar ansiosas interrogantes: ¡Ave María Purísima! ¿La ambulancia irá al hospital o a la funeraria? ¿A quién llevan con tanta urgencia? ¿A mi hijo Pancho o a mi hijo Pepe? ¿O a los dos? Nadie le responde, es obvio.

Y las ambulancias se abren paso en la maraña de tantos vehículos, que se paralizan por el sonoro escándalo y entrados en nerviosismo causan rozones e impactos a la ría de muebles rodantes que circulan por las calles: nada trascendente y en todo caso todo disculpable: la urgencia de la ambulancia sensibiliza a los conductores pues, viéndolo bien, cualquiera de nosotros podríamos ser pasajeros de esos apremiantes vehículos.

Selva enorme sin árboles, casi siempre intrincada y violenta, es la que forman nuestras calles, avenidas, calzadas, bulevares, callejones, etc: tanta es la confluencia de tráfico en las urbes modernas, densas y complicadas y para colmo de males sin un mínimo de vigilancia policiaca: ¿Dónde laboran, qué hacen, a qué se dedican las centenas de policías de tránsito en nuestras poblaciones?

Todos los hemos visto agazapados en la sombra en espera de que alguien cometa una mínima infracción, mientras los grandes tráileres de doble caja y gran rodada circulan, como Juan por su casa, en todas las calles céntricas o en lo que alguien se pasa un rojo por la prisa de llegar a casa.

Hay agentes en el primer cuadro de la ciudad, a veces nos parecen muchos; pero cada vez son menos conforme las vialidades se alejan del Centro Histórico, muy pocos en cruceros y casi ninguno en zonas conflictivas a horas pico del tráfico vehicular.

Alcaldes de Coahuila: Qué gran regalo harían a los ciudadanos si de acuerdo con el tamaño de sus poblaciones pusieran atención y recursos a este necesario servicio municipal; así, como servicio y no como una fuente de aprovechamientos…

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