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Encima de todo, ¡un asteroide puede caernos encima!

Julio Faesler

Un científico ruso nos anuncia que un asteroide de colosal dimensión amenaza con caernos encima el año 2029. Los efectos serían devastadores, pero afortunadamente la Tierra se salvará y no nos veremos disparados al espacio en un intrépido viaje intergaláctico.

El asunto se debate entre los científicos de la Academia de Ciencias de la Federación Rusa. El autor del anuncio, el doctor Boris Shustov, director del Instituto de Astronomía, dijo hace unas semanas que no contamos con los medios para interceptar la gran roca con misiles en el espacio. Bastaría enviar, dijo, un pequeño satélite con no más 10 litros de combustible para desviar el curso del gigantesco meteorito y evitar que continúe su trayectoria hacia nuestro indefenso planeta.

Pero la especulación ha cundido en la antigua capital de los zares. Viene a cuento el asteroide que en 1908 cayó en Siberia, mil veces más poderoso que la bomba atómica soltada por los norteamericanos sobre Hiroshima, arrasando más de dos mil quinientos quilómetros cuadrados y derribando más de 80 millones de árboles mientras detonaba una onda equivalente a un temblor de más de 5 grados en la escala de Richter.

Un evento más reciente ha sido el meteorito que hace unas semanas cayó en Perú abriendo un cráter de 30 metros de diámetro y con una profundidad de 6 metros. Los vecinos sintieron los efectos del impacto quejándose de dolores de cabeza y náuseas durante varios días. Habían respirado los densos y venenosos vapores emanados del choque.

Los rusos siempre han tenido un gusto particular por urdir tesis sorprendentes en materia astronómica. Hace unos años un estudioso, hurgando en las inexplicables características de la Luna como la que su masa no corresponde a su dimensión, concluyó que se trata de una esfera hueca que en cualquier momento podría colapsarse y caer sea en algún océano, provocando un gran tsunami, o bien en la tierra firme, cobrando millones de vidas. Otro astrónomo vio en la luna un gran astro artificial construido por una antigua civilización extraterrestre que por un tiempo lo usó como colonia. De esta manera, la Luna, nuestro pálido y poético satélite deja de ser la esfera que nos ha inspirado desde todos los tiempos, un globo misterioso que celoso oculta una cara mientras que con la otra derrama suaves haces de luz.

Podemos contemplar la Luna y dejar correr nuestra imaginación discurriendo fantasías y encontrando razones sin temor a que alguna de ellas afecte nuestra cotidiana existencia. Es mucho más agradable especular sobre la naturaleza de la Luna que tratar de resolver los problemas que tenemos aquí en la Tierra.

Conocer nuestro planeta e ir devanando metódicamente sus secretos, en nada detiene el que nos dediquemos a destruirlo como lo vemos con los terribles cambios climáticos provocados por nosotros mismos y que estamos padeciendo.

Las consecuencias de las teorías sociales, económicas, políticas y hasta filosóficas sí tienen efectos a veces muy directos en nuestra vida diaria. Ninguna de las que se han urdido y difundido, particularmente las más recientes, han servido realmente para resolver los problemas de hambre, enfermedad, pobreza, miseria y las guerras que se provocan siguen de frente sin conmiseración.

En contraste, las tesis sobre cómo combatir los males de la humanidad lejos de aminorarlos, han profundizado las brechas entre ricos y pobres. Seguimos intentando nuevos paliativos que nos mantienen lejos de toda solución.

Los conceptos más nobles que pudieran remediar los males de la condición humana han sido los utopistas, pero que por su inutilidad corren la misma suerte de las especulaciones que se hacen sobre la naturaleza de la luna.

México D.F., octubre de 2007.

juliofelipefaesler@yahoo.com

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