Si existe la ley debemos aceptar que la libertad no es tan libre como muchos pretenden. La ley es el límite de la libre acción de los hombres; el sofisma es pretender que las leyes pueden doblegarse a la voluntad de unos cuantos y a beneficio personal. Eso va siempre en contra del bienestar de la sociedad.
La ley se encuentra en todas partes: existe una ley moral que se fundamenta en los conceptos religiosos. Hay una ley civil que se fundamenta en las ideologías sociales y políticas. Hay una ley estética que conforman la preceptiva de todas las artes. Hay leyes gramaticales que se fundamenta en los usos y las costumbres del lenguaje. Hay hasta leyes físicas que hacen funcionar a la naturaleza. En todos lados hay leyes.
Si no existieran las leyes se daría paso al caos. ¿Imagínese usted que en la naturaleza los científicos no pudieran establecer una ley? Nada aseguraría la sobrevivencia. La ley física se hace necesaria; creo que era Einstein quien decía que Dios no juega a los dados. La ley me da la seguridad de que mi propia libertad será respetada.
Pareciera una contradicción hablar de la libertad limitada por una ley. Cuando Hobbes y demás filósofos se pusieron a pensar sobre los gobiernos, ya sea para fundamentar el poder absoluto del rey o establecer los principios de la democracia, lo primero que se imaginaron es que el hombre vivía libre junto con otros hombres que también eran tan libres como él y que por tener todos la libertad absoluta nadie tenía la seguridad de que los demás respetaran su libertad; así que dice el cuento, debieron de unirse para vivir en comunidad aceptando un poder que equilibrara las libertades en aras del bien común. Esto es lo que llamamos el contrato social.
La ley se hace necesaria para que todo mundo tenga la seguridad de su propia subsistencia. La libertad tiene sus asegures y sus límites; pero entonces viene la segunda parte del problema; ¿quién hace las leyes?
En el plano religioso y en el plano de la naturaleza, podríamos decir que las leyes ya están hechas, que se nos dan en los mandamientos o en el comportamiento del universo, en este segundo caso nosotros las descubrimos. Las podemos manejar a riesgo de acabar con la naturaleza misma.
Hay otras leyes que hacen los hombres. Las leyes estéticas también son producto de los descubrimientos, de lo que es bello y de lo que es feo. (Primero es la obra de arte y luego la preceptiva). Lo que hace el crítico literario es analizar la obra de arte, muchas obras de artes, y ver las características que se repiten en lo que todo mundo considera bello y las características que no existen en lo que todo mundo considera feo. De ahí se generan las preceptivas. En el transcurso del tiempo, las leyes cambian porque se demuestra que hay otras posibilidades de seguir haciendo cosas bellas sin que necesariamente nos atengamos a leyes antiguas.
Las leyes que más cambian son aquéllas que rigen a los hombres social y políticamente. Si Dios no juega a los dados los hombres bien que saben jugar con ellos. La vida social es un juego de azar por ello actualmente nos la pasamos con el Jesús en la boca y sentimos que nuestras vidas viven en el caos.
Cuando llegamos a la democracia, supusimos que los hombres iban a hacer las leyes para lograr el bien común. El poder legislativo nos representaba y siendo nuestros representantes, harían las leyes buscando el bienestar general. Pero el idealismo se acaba cuando te das cuenta de que tu representante es un hombre, como tú, con todo lo bueno y lo malo que tienen los hombres, que vive en un mundo de intereses, los personales y los sociales y que en ese juego de intereses muchas veces sale perdiendo la comunidad en aras de pequeños grupos que tienen la fuerza para corromper. Es ahí donde falla el sistemita.
Independientemente de las buenas o malas leyes, muchos no se ajustan a ellas y hoy como ya se acabaron los filósofos (Savater será el último) y es la nueva era de los sofistas, muchos te quieren hacer creer que lo que es en contra de la comunidad es lo bueno porque hay que defender la libertad de unos cuantos algunas veces en contra de los intereses de todos.
Ése es el gran defecto de las leyes; los medios claman por su libertad y uno se pregunta por qué cien millones de habitantes tienen que conformarse con la cada vez más terrible programación, tan llena de estupideces, degradación, animalidad y todo lo demás que sin existan leyes que los contengan. Si está plenamente comprobado que los medios son los verdaderos educadores del pueblo mexicano, donde queda la responsabilidad del legislador que no puede meter en cintura (¿dijo usted billetes?) a los que corrompen la educación en México. Mientras que a los maestros exigen doctorados y demás, los medios rebajan su nivel de disertación, cada día más. (Véase la programación de medio día).
JOLHE