Pensé que un día salí a la calle y el sino de lo cotidiano iba a cambiar. Ese día, por principio de cuentas, no estaría sobre mis hombros la constante preocupación de cómo sobrevivir. Después de tanto, habría encontrado un lugar seguro en donde conseguir la subsistencia, sin que tanta demagogia se interpusiera entre realizar un trabajo y poder comer; sobre todo un trabajo que llenara los deseos conjugados con las aptitudes.
Algún día, la civilización tendría que recordar que en el camino se van perdiendo cosas que a lo mejor habría que recuperar, como la música que se queda por ahí, los versos, las novelas, las pinturas, las imágenes que habla de la proeza del ser humano de conseguirse una dignidad traducida en modo de vivir y de ser, en un modo de pensar donde cada individuo aporta, desde sus propias subjetividades puntos de vista a la visión general de la vida.
A lo mejor un día especial de festejo, en algún centenario, a las personas les interesaría recabar los principales hitos históricos y darlos a conocer de una forma ordenada, o hacer una recopilación de las cosas principales que se hayan realizado en diferentes manifestaciones humanas. Los jóvenes de las nuevas generaciones tendrían un vehículo donde conocer lo que les antecedió. En esas ocasiones especiales hacer proliferar antologías de todos los tipos: cuento, poesía, novela, edificios, comercios, industrias, hombres. Que ahí estuviera a la mano y que alguien se interesara en darle difusión para que cada quien supiera de dónde viene y quién es. Fundamentar profundamente el sentido de pertenencia.
Pensé que un día los hombres se darían cuenta de lo magnífico que puede ser su capacidad mental y el desarrollo que a través de la civilización ha tenido. Que lo aquilataría; entonces tendría una cruzada constante en contra de aquéllos que quieren minimizar esas capacidades y conformarlas con productos basura; entonces sabría que a la par del mejoramiento de las nuevas tecnologías debería de existir un mejoramiento de los contenidos.
Pensé que un día las autoridades se preocuparían por sus creadores y la ciudad se llenaría de obras y que esto sería como emular a lo que los griegos hacían con sus ciudades en épocas antiguas, o los italianos con las suyas en el renacimiento. El ornato unido al arte, y un nuevo sentido de ser de las mayorías.
Pensé que habría personas inteligentes en cómo dar la guerra a la decadencia cultural que padecemos; y habría capacidad para establecer objetivos paso a paso mediante los cuales se marcara el crecimiento, en todos los sentidos, de nuestra nación.
Pensé que habría cerebros que abrieran las perspectivas a los jóvenes, sacarlos del engaño que para ser feliz hay que ser rico o hay que distinguirse en los antros. Que las universidades dejaban de ser fantasías de la mercadotecnia donde los títulos no cuentan con el respaldo de los conocimientos y más se vuelven glamour de los clubs sociales que se establecen para en el futuro formar círculos cerrados donde pocos entran.
Pensé que por ahí surgiría una fuente, por allá un monumento, y cuando fueras en el coche, en la radio, no te fuera difícil escuchar todo tipo de música, incluyendo la clásica, la verdaderamente mexicana. Pensé que en el joven surgiría las ganas de aprender cosas y que el mismo hecho de aprender le abriría los abismos de lo que no sabe.
Pero esto nada más es un pensar que a veces sucede; o un sencillo pretexto para escribir un artículo. Son palabras que surgen como una fantasía, pero ya no estamos en la edad de construir fantasías. El distribuidor vial a lo mejor era una fantasía a la que no debimos acceder, porque muchas cosas de éstas no se pueden pensar en una ciudad que es provincia y donde ni siquiera es considerado que existan estaciones de música clásica, donde inundados de información política, deportiva, sociales y demás se nos diluye esto de ser.
JOLHE.
