No es banal, y esperemos que no sea irremediable, el uso político de la medalla Belisario Domínguez, que el Senado de la República estableció para premiar a mexicanos sobresalientes por sus virtudes y su aptitud de servicio. Desde que se instituyó y a pesar de su fuente senatorial, ha servido a fines presidenciales o para halagar al Ejecutivo. No fue diferente esta vez: al distinguir post mortem a Carlos Castillo Peraza, se buscó adular a Felipe Calderón, presentándolo como el mayor de los discípulos del dirigente e intelectual yucateco, para sugerir que el alumno ha superado al maestro.
La ceremonia del jueves pasado se nubló de equívocos. Ocurrió el 18 de octubre, una semana después de la fecha sacramental, que conmemora el asesinato del senador chiapaneco dignamente opuesto a la dictadura cuartelera de Victoriano Huerta que fue presidente legal de México, pues llegó a Palacio Nacional con el camino burocrático nítidamente cubierto, si bien el origen de su ascenso fue la traición a Madero y su asesinato. Entregó la presea no el líder del Senado Santiago Creel, como compete a su cargo, sino Calderón mismo, para subrayar el tono personalísimo del acto. Recibió el galardón la viuda de Castillo Peraza, pero su hijo Julio Castillo López agradeció el gesto legislativo. Menos mal que debía honrar las virtudes de su padre y no las del presidente, pues de lo contrario se hubiera visto en grave aprieto.
Hace dos años, en septiembre de 2005, cuando capitaneaba a los Jóvenes con Santiago Creel, explicó a La revista peninsular, el meritorio esfuerzo que sostiene en Mérida Rodrigo Menéndez, por qué su opción en el proceso interno del partido de su padre: es que Felipe lo traicionó: “Por congruencia histórica no puedo apoyar a Felipe”, a quien llamó oportunista por citar para su provecho a Castillo Peraza, a Maquío, a Gómez Morín. Contrastó la austeridad de su padre con el boato de quien lo sucedió al frente del PAN: Castillo Peraza se redujo el sueldo; Calderón lo aumentó y remodeló la oficina y el edificio del partido. Yo no vivo en una casa de dos millones de pesos, dijo Castillo López al aludir al préstamo hipotecario que Calderón consiguió para sí cuando dirigió Banobras.
Cercanísimos en un tiempo, Calderón y Castillo terminaron distanciados, al igual que este último de su partido. Si bien justificó su retirada como una elección entre su condición de político y la de intelectual, Castillo Peraza estaba en mayo de 1998 harto de la vida panista. El año anterior había experimentado una severa frustración electoral, cuando fue candidato al Gobierno de la Ciudad de México. No sólo fue vencido por Cuauhtémoc Cárdenas sino aun por Alfredo del Mazo, que representó al PRI entonces. Antes de iniciarse las campañas, sin conocerse el nombre de los candidatos, el PAN se orientaba a la victoria, con 43 por ciento de las preferencias. Castillo Peraza sólo alcanzó el 16 por ciento al final de la contienda. Una semana antes de su partida, perdió abrumadoramente una votación en el Consejo nacional: sólo 15 miembros lo acompañaron en su propuesta para retirar a los legisladores del PAN de la Comisión de Concordia y Pacificación, el esfuerzo del Congreso por la paz en Chiapas.
No fue estricta su opción por la vida intelectual. En realidad, dedicó la mayor parte de su tiempo a su propia consultoría llamada Humanismo, desarrollo y democracia, que atendió pedidos de gobiernos panistas y del federal, entonces manejado por funcionarios del PRI. Lo acompañó en esa empresa, entre otros, el joven abogado Germán Martínez Cázares que a la muerte de su maestro, ocurrida el 9 de septiembre de 2000, quedó en una suerte de orfandad que alivió con su propio crecimiento, el que ahora lo tiene a la puerta de encabezar su partido. En ese contexto se expresó otro de los equívocos de la ceremonia del jueves: fue una suerte de acto de campaña del segundo mejor discípulo del homenajeado, a quien apoya el primero.
Estuvo presente también el líder panista Manuel Espino, que cuarenta y ocho horas antes había publicado, presumiblemente en respuesta a una campaña en su contra, una acerba diatriba contra sus adversarios: “Enmascarados como herederos del centro liberal, los autores de la insidia y la difamación se ostentan como representantes del ‘verdadero panismo’. Esconden miserias, engañan incautos y venden convicciones que no honran con los hechos. Son facciosos, radicales, mezquinos, fanáticos e intolerantes” que, “al más puro estilo del viejo PRI, con influyentismo y sin remordimientos, han inclinado voluntades a favor de proyectos personales”. (El Universal, 16 de octubre).
Espino declaró la guerra a contrarios suyos, resuelto, como muchos otros panistas, según afirmó, a “defender el prestigio de Acción Nacional y hacer triunfar su propia conciencia ante los ofrecimientos de un mendrugo de poder”, Espino y los suyos “han declinado someterse en forma vergonzante a quienes detentan una fuerza atropellante y temporal, carente de ética y sobrada de ambiciones”.
Parecían las palabras no de un correligionario sino de quienes consideran espurio a Calderón. Esta vez más condescendientes que Espino, los senadores del PRD y el PT se contentaron con hacer el vacío a Calderón. Hicieron bien. No deben alterar ni detener el funcionamiento de las instituciones a que pertenecen. Sí pueden, en cambio, expresar sus convicciones haciendo o dejando de hacer y, cuando se pueda, construir decisiones socialmente útiles.