Deviene condenable la facilidad con que los 500 diputados de la actual Legislatura federal disponen del presupuesto público para su beneficio; pero más satanizable es, todavía, la tranquilidad con que nos tragamos la noticia los mexicanos: En un país democrático como España, Francia o Alemania tal acción hubiera dado lugar a una reacción pública de rechazo, condena y revocación de confianza.
Incrementar el anterior oneroso salario, que ni ése devengaban, en vez de aprobar leyes que lleguen a beneficiar al pueblo, constituye una gran prevaricación; pero aquí, en México, los políticos se tapan con la misma cobija y pocos nos atrevemos a condenar el cinismo de aprobar, con propia ventaja, una alza de sueldos como ésa, en un empobrecido entorno burocrático donde los altos salarios y las concomitantes prestaciones son tan escasas, casi inexistentes.
El fenómeno salarial alcista en los círculos del poder público es un hábito instaurado por la modernidad política, al cual se ha ido acostumbrando la sociedad; a nadie importan, ni nadie hace caso de los abusos en la función pública, pues es el libérrimo arbitrio, no la escueta justicia laboral, lo que impera en las relaciones de trabajo entre los alzados jefes y los humildes burócratas. Los legisladores, por su parte, practican el doble salto mortal para el año 2008: unos al Senado y otros a la Cámara Baja.
Son los intereses de los partidos políticos los que están en juego. Quienes se despachan con la cuchara grande del plato presupuestal son también los que van a aprobar los nuevos beneficios fiscales para el Instituto Federal Electoral, los partidos políticos y los medios electrónicos de comunicación. Asunto arreglado.
Pero viene a ser inagotable la reseña de abusos de la alta partidocracia conservadora y liberal ¡Sorpresa! Recién se ha descubierto que el inefable y aún Vigente (perdón: Vicente) Fox ordenó en 2004 a la Secretaría de Hacienda y Crédito Público que, en un gesto justiciero, hiciera devolución de impuestos a un número no determinado de empresas que lo solicitó por equis razón. El “acto de justicia fiscal” sumó un mil doscientos millones de pesos; así, sin más ni más, Fox “hizo justicia” al “paupérrimo” sector empresarial: acaso como vindicta histórica por todo el dinero que los gobiernos priistas gastaron, illo témpore, en tratar de llevar justicia social a las pobres familias campesinas y clases bajas populares que nacieron pobres, son todavía pobres y seguirán siendo pobres de solemnidad. Mea culpa: ¿Cómo se puede solemnizar la pobreza? En plena vigencia de la modernidad panista, en la zapatería de Fox no se curten malas baquetas: una a otra caen de abrupto los contralores sobre las dependencias gubernamentales y paraestatales para practicarles revisiones o auditorías que el actual Gobierno Federal considera necesarias; no solamente por presuntas responsabilidades de mal manejo de fondos, sino porque en el Gobierno anterior las dependencias con altos presupuestas para la acción social sufrieron injustificadas exacciones por parte los corifeos organismos de asistencia que integró la jefa de la familia Fox.
Pero están también las obras “megas” del foxismo entre las cuales destaca la dizque “megabiblioteca” José Vasconcelos, que no ha podido ser abierta al uso público, a pesar de haber sido inaugurada con pompa y platillo por el propio Fox y la infaltable señora... ¿Alguien podría ilustrar a este tunde máquinas sobre el número de bibliotecas del país que llevan el nombre del ilustre oaxaqueño que fue transitorio vecino de Piedras Negras Coahuila? Sí, me refiero a ese José Vasconcelos que en los años treinta despreció la oportunidad de comprar barata para beneficio de la nación la formidable biblioteca de don Genaro García Izcabalceta y con ello abrió la puerta para que fuese adquirida muy barata por la Universidad de Austin, en Texas, donde ahora forma parte de la librería y archivo histórico Benson.
De las cañerías de la política nacional brotan, entre miasmas y fétidos olores, preguntas como estas: ¿Cómo salió de la cárcel el multimillonario Carlos Ahumada, protector y mecenas de la élite rectora del Partido de la Revolución Democrática? ¿Para conseguir su libertad fue necesario gastar parte de los millones de dólares y de pesos que había entregado en maletas y portafolios a dichos personajes de la izquierda mexicana? ¿O quizá resultó inevitable erogar fondos fiscales del Gobierno del Distrito Federal destinados a al otro nobilísimo fin de patrocinar las manifestaciones de la Coordinadora Nacional de la Educación contra la Ley del ISSSTE y aportar, con ellas, oxígeno bastante para las horas extra de vida y esperanza del frustrado candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador?
Pobre de nuestro país, pobres instituciones nuestras en manos de gente sin ética ni compromiso social o político, pobrecita la gente que cree y espera de los actuales senadores y diputados federales la bendición de Dios envuelta en huevo, un maná hecho omelet que no van a saborear los mexicanos más pobres; pero sí los más ricos pues éstos, como siempre, dan el salto mortal y caen parados... Bendita acrobacia.