Ya me voy a vivir a Venezuela. O a Bolivia. O a Bhután. Cualquier otro país, aunque sea de dictadorzuelos disparatados, seguramente es más serio que éste, donde un equipo de futbol que hace una semana peleaba por su salvación, ahora pelea por el campeonato.
Ya no hay seriedad. Apenas la semana pasada despotricaba contra tres patologías sociales que quedaron en evidencia cuando al Santos no lo corrieron de la Primera División, cuando ahora se me ocurren otras dos. Ya no es esperar que otros hagan las cosas por uno, ni la enferma costumbre que tenemos de decepcionar las esperanzas o ese hábito fatal de tirarle dinero a los problemas. Cuando el Santos le ganó de puro milagro al San Luis se me ocurrieron otras dos.
El juego del sábado me sorprendió porque vino a confirmar que nos parece perfectamente aceptable que un segundo de brillantez y genialidad termine redimiendo toda una racha de tarugadas. Juego tras juego, ocho meses y dos torneos de corajes porque el Santos nomás no levantaba, todo quedó olvidado con ese gol de Lorito Jiménez.
Fue un golazo, eso sí, pero no se vale. Es como si Fox hubiera dejado la Presidencia con el problema de Oaxaca arreglado o la reforma fiscal aprobada. Un sexenio de tirar baba hubiera quedado olvidado nada más por eso y le hubiéramos perdonado todo. O que no hubiera bronca porque el Municipio se retrasa meses para terminar una obra, porque se le perdona nomás porque las termina.
Ese momento brillante de Lorito en el minuto 91 vino a girar 180 grados, en cuestión de segundos, opiniones bien formadas sobre lo que, hasta ese momento, había sido un desempeño desastroso del Santos, que empezó en el Corona el miércoles y continuó en San Luis el sábado.
Y eso nos trae al segundo problema, que es la flaqueza de las convicciones. A las ocho de la noche del sábado, eran constantes las mentadas gobernadas por la impresión de que el Santos era una colección de maletas. Para las ocho y media, el Santos era un equipazo, una oncena heroica y capaz de desafiar a cualquiera por el campeonato.
Y eso tampoco se vale. Yo tengo mucho aprecio por los optimistas de cajón, como La Pera, buen amigo mío, que la semana pasada me habló apenas leyó que yo consideraba la reacción ante la victoria contra el Cruz Azul como una muestra de lo peor de nuestras costumbre mexicanas y amablemente me dijo que estaba equivocado y que ya ni la hacía.
Pero bueno, La Pera es un optimista de cajón, que usaría su platea así el Santos jugara en Tercera División. Pero luego hay quienes pasan del enojo a la felicidad en cuestión de minutos. Como los que empezaron a ver el juego igual de indignados que una mujer engañada y terminaron con una ilusión y una alegría de jóvenes enamorados. Y como que ser así nomás se presta uno a la desilusión. Mejor yo me quedo en el pesimismo permanente, que da un blindaje contra la decepción, ahorra muchos corajes y muy de vez en cuando, me produce ciertas alegrías aunque tenga que reconocer que estaba equivocado.
Pero ahora resulta que el Santos va enrrachado, gracias a ese sistema que permite a un equipo pelear el descenso y el campeonato al mismo tiempo. Y entonces salimos con la explicación de siempre, que México es surrealista y que si Kafka viviera en México sería esto o aquello, un recurso ya desgastado por los aficionados al cliché.
Esto ya no es surrealismo, es falta de seriedad. No sólo por que nos estamos exponiendo a la desilusión que seguro nos encontrará frente al Pachuca (nótese el pesimismo permanente), sino porque permite al equipo o a cualquiera que tenga seguidores, a navegar con bandera de impunidad cualquier metida de pata, al cabo que puede redimirse en un segundo.
Eso ya es falta de seriedad. ¿Alguien tiene el teléfono de la Embajada de Bhután?