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El miedo puede ser al terrorismo, a la posibilidad de la desaparición de un hijo o a la intromisión del Gobierno en la vida personal.
EL UNIVERSAL
WASHINGTON, EU.- Cuando en enero pasado la ciudad de Boston quedó paralizada por el hallazgo de “amenazadores” tableros electrónicos desconocidos, tomó horas y un estado de alarma para determinar que eran sólo parte de la campaña publicitaria de un programa de televisión.
Las encolerizadas autoridades locales demandaron a la empresa televisora y la prensa estadounidense condenó la irresponsabilidad de los anunciantes.
Pero los mismos letreros, de hecho tableros magnéticos con luces de unos 30 centímetros por lado, habían aparecido sin causar problemas en Los Ángeles, Nueva York, San Francisco y media docena de ciudades más.
El incidente en todo caso puso de relieve un hecho: los Estados Unidos -o al menos parte de ellos- son un país que vive en el temor.
El miedo puede ser al terrorismo o a la posibilidad de la desaparición de un hijo o de la intromisión del Gobierno en la vida personal o de lesiones o la pérdida de trabajo o de la invasión “café” que llega desde México...
De hecho, sería difícil entender a los actuales Estados Unidos sin tener en consideración el factor miedo o más bien, el representado por la creación y explotación de temores con bases que no resisten la lógica y que son o parecen irracionales o exagerados, pero de todas maneras tienen y han tenido un efecto.
De creer a la publicidad de algunos grupos “no gubernamentales”, en Estados Unidos desaparecen dos mil niños cada día, las vacunas pueden crear más complicaciones que las enfermedades que presuntamente tratan de prevenir y literalmente un problema en las uñas de los pies podría crear ostracismo social...
El temor al terrorismo creado por los atentados del once de septiembre de 2001 “justifica” ahora las tendencias antiinmigrantes y específicamente antimexicanas que llevan a poblados de diversas partes de los Estados Unidos a dictar reglas que en otro contexto podrían ser calificadas como racistas. Y activistas y locutores “populistas” que se declaran veladores del bien común no sólo lo apoyan, sino lo alentan.
La realidad es que hay enfermedades como el sarampión que está “de regreso” porque padres asustados por potenciales efectos negativos de las vacunas no permiten que sus hijos las reciban; que estadísticamente es más posible que un estadounidense muera al chocar con un venado que víctima de un acto terrorista y que la profesión con mayor índice de mortalidad sea la de pescador, no las de soldado o bombero.
Bienvenidos a lo que algún autor calificó como los “Estados Unidos del temor”, un país donde la paranoia es parte de la vida diaria, donde lo que el periodista John Stossel definió como “el complejo industrial del temor”, está compuesto por políticos y periodistas, por abogados, publicistas y médicos, por académicos y funcionarios.
El miedo y el terrorismo son como la pornografía y “vende”, afirmó la economista Veronique de Rugy en un programa de la cadena “ABC”. Y de hecho, tiene tanto o más éxito en un país donde la publicidad usa del temor como herramienta y los políticos lo explotan, sobre todo para subrayar las amenazas del exterior.
De hecho, según el historiador Robert Kagan, fueron temores por la intervención externa los que llevaron a las trece colonias que dieron origen a los Estados Unidos a buscar la expansión territorial; fue el miedo a que esclavos libertos de Cuba o Haití crearan descontento y organizaran una sublevación en el Sur lo que llevó a la compra de Louisiana y Florida; fue el temor a una alianza antiesclavista entre Gran Bretaña y México lo que propició la guerra contra México en 1846-47.
A mediados del siglo 19 los Estados Unidos temían a los “papistas” y a mediados del siglo 20 la guerra fría y el temor a los comunistas provocaron la caza de brujas” conocida como “macartismo” -que hasta la fecha es justificada por algunos-.
De hecho, esos temores son un gran negocio y han dado origen a toda una industria dentro de la profesión legal, la de los daños por perjuicios reales o percibidos. Un abogado, Allen McDowell, afirma por ejemplo haber obtenido más de un mil millones de dólares para sus clientes y de paso para sí mismo, en base a demandas por presuntos problemas de salud creados por los implantes de silicón para incrementar bustos.
La empresa fabricante de los implantes quedó arruinada por las demandas. McDowell se enorgulleció de su trabajo en un programa de televisión. Pero los médicos afirman ahora que los implantes eran seguros.
Después de todo, ese es el país donde se afirma que “hasta los paranoicos tienen enemigos reales”.